Las lluvias torrenciales que azotaron la Ciudad de Nueva York el jueves dejaron una estela de destrucción, caos y dolor. Dos personas perdieron la vida al quedar atrapadas en sótanos inundados, mientras las calles se convertían en ríos improvisados y los aeropuertos luchaban por mantener operaciones entre cancelaciones y retrasos.
Según Associated Press, las víctimas fueron halladas en distintos puntos de la ciudad: un hombre de 39 años en Brooklyn y otro de 43 en Manhattan. El primero habría bajado al sótano de una vivienda de tres niveles para intentar rescatar a uno de sus perros cuando el agua lo sorprendió sin salida. En el segundo caso, la víctima fue encontrada sin vida en la sala de calderas de un edificio de apartamentos; las causas de su muerte siguen bajo investigación.
La tormenta golpeó con tal fuerza que rompió registros históricos. En Central Park, el Servicio Meteorológico Nacional registró 4,57 centímetros de lluvia, superando el récord de 1917. En el aeropuerto LaGuardia, el acumulado alcanzó casi cinco centímetros, el mayor volumen en un solo día desde 1955. Las imágenes difundidas en redes sociales mostraban calles anegadas, vehículos flotando y estaciones del metro transformadas en cascadas urbanas.
El alcalde Eric Adams reconoció que los sistemas de drenaje de la ciudad no estaban preparados para una precipitación de esa magnitud. “Nuestros alcantarillados simplemente no están construidos para manejar esa cantidad de agua”, declaró en la emisora 1010 WINS, al destacar que la lluvia fue constante durante horas.
Más allá de la tragedia inmediata, el fenómeno volvió a poner sobre la mesa la vulnerabilidad de Nueva York frente al cambio climático. Los expertos advierten que la ciudad con una infraestructura envejecida y una red de desagües limitada enfrenta cada vez más desafíos ante tormentas que superan los patrones históricos.
Las autoridades locales han prometido revisar los planes de emergencia y reforzar los sistemas de evacuación para prevenir futuras pérdidas humanas. Sin embargo, la escena de los sótanos inundados y los autos a la deriva sigue recordando que, en una ciudad acostumbrada a mirar hacia arriba, el peligro muchas veces se esconde bajo tierra.
