Una explosión protagonizada por un atacante suicida hizo estallar los juzgados en el sector G-11 de Islamabad, provocando la muerte de doce personas y dejando más de 25 heridos.
Según el reporte de EFE, el ministro del Interior de Pakistán, Mohsen Naqvi, indicó este jueves que el autor del atentado era un ciudadano afgano, y añadió que un intento previo, el lunes en la zona de Wana, también fue obra de atacantes afganos.
El funcionario afirmó que las fuerzas de seguridad paquistaníes ya han identificado a quienes planearon los ataques. Destacó que Islamabad ha exigido reiteradamente que el territorio afgano deje de servir como refugio para insurgentes que operan desde allí contra suelo paquistaní, aunque dijo que los talibanes de Kabul aún continúan prestando apoyo a esas facciones insurgentes, lo que ellos niegan.
La célula que reivindicó el atentado del martes frente a los juzgados se identifica como Jamaat-ul-Ahrar (JuA), escisión del Tehreek‑e‑Taliban Pakistan (TTP) y con presencia en la provincia afgana de Nangarhar. Según datos de Naciones Unidas, la JuA opera en esa zona desde la base de Lalpura.
La tensión entre Pakistán y Afganistán se disparó en octubre, cuando las hostilidades a lo largo de la irregular frontera de la Línea Durand derivaron en una frágil tregua intermediada por Catar y Turquía, firmada en Doha el 19 de octubre.
El ministro Naqvi no ocultó su desesperanza por el mecanismo de paz “No puede ser que nos bombardeen (desde Afganistán) y que nosotros vayamos a pedirles que negocien con nosotros. Esto no puede suceder”, declaró este jueves.
Esa frase resume la compleja situación en la región, donde el atentado de Islamabad se produjo apenas un día después de que una explosión vehicular en Nueva Delhi provocase la muerte de diez personas. El Gobierno de la India ya catalogó ese hecho como un acto terrorista, lo cual añade otra capa al panorama de inseguridad en el sur de Asia.
El atentado en Islamabad junto al incidente en Nueva Delhi sugiere que las líneas de violencia traspasan fronteras y se interconectan en fórmulas que complican tanto la diplomacia regional como los esfuerzos antiterroristas. Mientras Islamabad insiste en responsabilizar a insurgentes afganos, Kabul rechaza cualquier complicidad.
El resultado es un escenario en el que la tregua se tambalea, la frontera permanece sin control efectivo y la retórica de paz pareciera abierta a ser reemplazada por nuevas operaciones militares.








