Desde su llegada al Gobierno en agosto de 2020, la política de educación superior en República Dominicana ha experimentado un giro visible. El Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Mescyt) pasó de ser un ente administrativo a convertirse en una pieza clave del debate sobre movilidad social, competitividad y desarrollo productivo, con decisiones que impactan directamente a miles de jóvenes y a sus familias.
Ese enfoque, según información institucional de la Presidencia, se ha sostenido en una estrategia que combina ampliación del acceso a becas con el fortalecimiento del sistema científico nacional. La idea de fondo ha sido clara formar capital humano alineado con las demandas reales del mercado laboral, sin perder de vista la innovación y la investigación como motores del crecimiento económico.
El programa de becas ha sido uno de los pilares más visibles. Bajo la gestión de Franklin García Fermín, el Mescyt apostó por un modelo de alcance nacional, apoyado en plataformas digitales y criterios de mérito, que ha permitido otorgar más de 38 mil becas nacionales y más de 9 mil internacionales en niveles técnico, universitario y de posgrado. A eso se suman alrededor de 146 mil oportunidades de formación en idiomas, principalmente inglés, una competencia cada vez más determinante para la empleabilidad.
El impacto social de esta política va más allá de las cifras. En comunidades tradicionalmente excluidas del acceso a estudios superiores, las becas han abierto puertas que antes parecían reservadas para unos pocos. Provincias como Pedernales, Elías Piña, San Juan o Dajabón han pasado a formar parte del mapa educativo nacional, mientras que en zonas con vocación turística emergente se ha reforzado la enseñanza de lenguas extranjeras como herramienta de inserción laboral.
La transparencia ha sido otro elemento distintivo. Con la implementación del Sistema Nacional de Becas, el proceso de selección se apoya en evaluaciones académicas y socioeconómicas automatizadas, reduciendo la discrecionalidad y el clientelismo que históricamente han afectado este tipo de programas en la región. Ese cambio ha contribuido a fortalecer la confianza pública y a legitimar la inversión del Estado en educación superior.
En paralelo, el Mescyt ha reforzado su rol como impulsor de la ciencia y la innovación. A través del Fondocyt, se han canalizado más de RD 2,500 millones hacia proyectos de investigación en áreas sensibles como salud, medioambiente y tecnología, con resultados que empiezan a reflejarse en publicaciones, patentes y soluciones aplicables a problemas locales. La incorporación de nuevos investigadores a la Carrera Nacional de Investigadores también ha ayudado a consolidar una masa crítica de talento científico en el país.
La orientación hacia áreas estratégicas marca otra diferencia. Carreras vinculadas a inteligencia artificial, ciencia de datos, robótica y semiconductores concentran una proporción creciente de las becas, en sintonía con las tendencias globales y con la necesidad de que la economía dominicana escale hacia sectores de mayor valor agregado. Este enfoque conecta directamente con la Meta RD 2036, que plantea duplicar el PIB mediante transformaciones estructurales, incluida la calidad del capital humano.
Incluso en campos tradicionalmente sensibles como la medicina, el Mescyt ha buscado elevar estándares. La actualización de normas y los procesos de acreditación internacional apuntan a garantizar que los egresados dominicanos puedan competir y especializarse fuera del país, al tiempo que se eleva la calidad de la formación local.
Más que un simple balance administrativo, la gestión del Mescyt entre 2020 y 2025 deja ver una política pública que intenta romper inercias. Apostar por educación superior, ciencia e innovación no ofrece resultados inmediatos, pero sí construye bases más sólidas. En un país donde el talento joven es abundante, la diferencia suele estar en las oportunidades. Ahí es donde estas decisiones comienzan a pesar.







