El lecho polvoriento del Orontes uno de los ríos más antiguos del Levante se ha convertido este verano en un símbolo de la crisis climática que sacude a Siria. Donde antes corría un hilo constante de agua dulce, hoy se levantan nubes de polvo que azotan cultivos, pequeñas empresas y asentamientos rurales.
Según datos recogidos por la agencia EFE, el caudal del “río desobediente” se extinguió por completo en varios tramos a su paso por Hama, Idlib y la frontera turca, dejando en el limbo a unos 150 000 agricultores que dependían del riego directo o de pozos vinculados a su cauce. La escena barcos encallados, norias detenidas y restaurantes vacíos ha disparado la alarma sobre el futuro inmediato de la seguridad alimentaria en la región.
Feras Masri, dueño de un local frente al antiguo paseo fluvial de Hama, dice que la clientela se esfumó junto con el agua. El mal olor y las altas temperaturas espantan a los visitantes y le obligan a operar a pérdida. Unos kilómetros más al norte, Ali Hasan Jatab calcula que perdió toda su siembra de maíz en doce mil metros cuadrados de parcela “Sembramos fiados y ahora la cosecha no existe”, lamenta.
El drama no se reduce a historias aisladas. Entre noviembre de 2024 y abril de 2025 la lluvia cayó un 54 % por debajo del promedio nacional, y la brecha supondrá un déficit de 2,73 millones de toneladas de trigo suficiente para alimentar a 16 millones de personas por un año, alerta UNICEF citando a la FAO. La misma organización calcula que diez millones de sirios enfrentan problemas graves de acceso al agua potable.
Un reporte de Mercy Corps advierte que el sistema hídrico sirio “se está desmoronando”: la recarga subterránea ha caído un 80 % y la escorrentía superficial es ya un recuerdo en embalses clave como Sabkhat Al Jubbul. El Orontes y el Éufrates registran aforos muy por debajo de los mínimos históricos, comprometiendo plantas hidroeléctricas y tuberías de abastecimiento urbano.
Las causas son dobles. Por un lado, el cambio climático eleva la frecuencia de olas de calor y reduce las nevadas que alimentaban los manantiales del Anti-Líbano. Por otro, la guerra y la presión demográfica han multiplicado la perforación de pozos ilegales, mientras aguas arriba Turquía embalsa parte del caudal que debería cruzar la frontera, fenómeno que ya redujo un 40 % el flujo del Éufrates.
Ante la urgencia, el Gobierno sirio lanzó un plan de emergencia prohibir nuevos pozos, rehabilitar presas inactivas y acelerar el riego por goteo para cultivos de baja exigencia hídrica. Estas medidas van en línea con la transición hacia agricultura climáticamente inteligente que impulsa el Banco Mundial en Oriente Medio. Pero campesinos como Jatab piden algo más inmediato subsidios para abonar las deudas contraídas con proveedores de semillas y fertilizantes.
Si la sequía persiste los pronósticos señalan que 2026 podría repetir el patrón el país se arriesga a un círculo vicioso: menos cosecha, más importaciones caras y nueva presión sobre una economía ya herida. El Orontes, que antaño movía ruedas hidráulicas de más de un siglo, hoy se ha convertido en un barómetro de la resiliencia siria. Y todavía no deja de marcar mínimos históricos.








