El presidente de China, Xi Jinping, realizó una visita poco común al Tíbet, donde encabezó este jueves los actos por el 60 aniversario de la creación de la Región Autónoma en Lhasa, la capital. El viaje, cargado de simbolismo político, llega en un contexto marcado por la disputa sobre la sucesión del dalái lama y las persistentes críticas internacionales por la situación de los derechos humanos en la zona.
Según reportó EFE, esta es apenas la segunda vez que Xi visita el Tíbet en calidad de jefe de Estado. La ocasión estuvo acompañada de un mensaje central: “unidad y estabilidad” como pilares del futuro de la región. En un discurso dirigido a los funcionarios locales, el mandatario instó a construir un Tíbet “unido, próspero, civilizado, armonioso y hermoso”, insistiendo en la necesidad de mantener el liderazgo del Partido Comunista chino (PCCh).
La visita ocurre poco después de que el decimocuarto dalái lama reiterara que solo la Fundación Gaden Phodrang, creada por él, tiene legitimidad para decidir sobre su reencarnación. Pekín, en cambio, sostiene que el sucesor debe buscarse dentro de China y contar con la aprobación del Gobierno central, una diferencia que mantiene viva la tensión entre el exilio tibetano y las autoridades chinas.
Durante la ceremonia conmemorativa, Wang Huning, principal asesor político de Xi y cuarto funcionario en la jerarquía del PCCh, declaró que el Tíbet vive “su mejor período de desarrollo”. Resaltó además los proyectos de infraestructura y las políticas nacionales implementadas en la última década, que según Pekín han transformado la región y elevado el nivel de vida de la población.
Sin embargo, organizaciones internacionales cuestionan esa narrativa oficial. Reportes de Human Rights Watch y Amnistía Internacional advierten que la región sigue bajo una fuerte vigilancia política, con restricciones a la práctica religiosa y limitaciones severas a la libertad de expresión. Expertos en Asia señalan que, aunque los avances en infraestructura son palpables como la expansión de la red ferroviaria y la modernización de Lhasa, el costo ha sido una mayor asimilación cultural y la erosión de las tradiciones tibetanas.
El trasfondo de la visita de Xi refleja la complejidad del equilibrio que busca Pekín: mostrar al Tíbet como un ejemplo de “modernización socialista” mientras enfrenta las demandas de autonomía espiritual y política de una comunidad que mira hacia el dalái lama como su líder religioso.








