Nepal atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia reciente tras una ola de protestas juveniles que desembocaron en la renuncia del primer ministro Khadga Prasad Sharma Oli. La llamada «Generación Z» tomó las calles en rechazo a la corrupción y al bloqueo de redes sociales, encendiendo una crisis política y social de magnitud nacional.
Según Reuters, el Gobierno había ordenado el cierre de plataformas como Facebook, Instagram, X, YouTube y LinkedIn por no cumplir con requisitos legales de registro. Aunque la medida fue revertida días después, las manifestaciones se intensificaron hasta convertirse en disturbios que alcanzaron el Parlamento en Katmandú y forzaron la evacuación de ministros bajo resguardo militar.
Las escenas de barricadas derribadas, gases lacrimógenos y disparos de munición real reflejan un nivel de violencia pocas veces visto desde la abolición de la monarquía en 2008. La indignación popular, sin embargo, no se explica solo por la censura digital: la inflación, la corrupción y la falta de oportunidades han calado hondo en una generación que ve limitada su perspectiva de futuro.
Especialistas regionales señalan que la situación de Nepal guarda similitudes con episodios recientes en Sri Lanka y Bangladesh, donde crisis económicas y políticas derivaron en explosiones sociales. Para analistas consultados, es prematuro hablar de injerencia extranjera, pero sí queda claro que la protesta en Nepal responde a un cúmulo de tensiones internas que encontraron en las redes sociales su chispa final.
La renuncia de Oli abre un escenario incierto. Mientras el presidente Ram Chandra Poudel busca impulsar un nuevo proceso político, el país del Himalaya enfrenta el desafío de recuperar estabilidad en medio de una ciudadanía desconfiada y una juventud que ya probó su capacidad de presión en las calles. El desenlace marcará el rumbo de un Estado que desde hace más de una década vive entre la esperanza de consolidar su democracia y la realidad de una inestabilidad constante.