La muerte de la estudiante Aliyah Williams, de 16 años, tras ser acuchillada dentro de una bodega en Williamsbridge, reavivó el temor que ya se respira en las calles del Bronx. La agresora otra menor, de 17 años fue detenida casi de inmediato y enfrenta un cargo de homicidio en un centro juvenil.
Según el Departamento de Policía de Nueva York (NYPD), el ataque ocurrió a las 3:56 p. m. del martes y quedó registrado en las cámaras de seguridad del colmado “Deli Grocery”. La discusión entre las dos adolescentes escaló hasta que la victimaria blandió un cuchillo y asestó varias puñaladas en la cabeza y el torso de Williams, quien murió poco después en el Hospital Jacobi.
Las bodegas, un foco creciente de sangre
Este no es un hecho aislado. La Asociación de Bodegueros de la Ciudad de Nueva York (UBA) contabiliza seis asesinatos con arma blanca en colmados de los cinco condados solo entre enero y julio. Los negocios de barrio, vitales para la comunidad, terminan convertidos en escenarios de la violencia que azota a la juventud neoyorquina.
Mientras los tiroteos y los asesinatos por arma de fuego caen a mínimos históricos, los crímenes con cuchillos siguen un camino contrario. El NYPD registró 4,493 apuñalamientos en 2024, un aumento de 6 % sobre 2023, y las muertes por arma blanca se dispararon 29 % frente a los niveles previos a la pandemia (2019).
Un 2025 con más hojas en las calles
La tendencia no se detuvo este año. Solo en el sistema de transporte, la policía ha confiscado 723 cuchillas hasta marzo, un salto de 190 % comparado con el primer trimestre de 2023. En contraste, los disparos cayeron 24 % en el mismo período, reflejando un desplazamiento del armamento juvenil hacia las hojas afiladas.
El último reporte CompStat del NYPD (semana del 7 al 13 de julio) muestra que los delitos de asalto grave categoría donde encajan la mayoría de los apuñalamientos cedieron 9.7 % frente a 2024, mientras los asesinatos bajaron 37.5 % . La baja no alcanza para borrar la percepción de inseguridad ligada a los cuchillos, sobre todo en el Bronx y Harlem.
El drama familiar y el vacío de prevención
“Ella me pidió diez dólares para comida; fue la última vez que supe de mi niña”, relató entre sollozos Rose Anderson, abuela de la víctima. Historias así han pasado de la sección policial a la conversación cotidiana, al punto de que activistas como Leticia Ramos, directora del Observatorio de Seguridad Juvenil, advierten que “la normalización de las armas blancas entre menores exige una respuesta que combine educación, salud mental y oportunidades reales”.
Las autoridades locales hablan de reforzar los programas de Cure Violence y ampliar los “credible messengers” en las escuelas, mientras el Concejo analiza endurecer las sanciones por portación de cuchillos de más de cuatro pulgadas. No obstante, expertos coinciden en que sin inversión social sostenida, las estadísticas seguirán reflejando la misma cruda realidad.
¿Qué viene ahora?
La Fiscalía de El Bronx prepara cargos formales contra la adolescente detenida. Paralelamente, la UBA pide un plan de seguridad específico para las bodegas, incluyendo patrullaje focalizado y botones de pánico conectados directo al 911. De materializarse, la iniciativa serviría de termómetro para medir si la ciudad logra frenar la ola de puñaladas que ya cobra, en promedio, una vida cada semana.
Por lo pronto, el caso de Aliyah Williams simboliza la urgencia de mirar más allá de los índices generales de criminalidad y atender a un fenómeno que corta, literalmente, el futuro de los jóvenes neoyorquinos.