El impasse comercial y diplomático entre Brasil y Estados Unidos acaba de subir varios grados. A menos de un mes para la entrada en vigor de un arancel extraordinario del 50 % a todas las importaciones brasileñas anunciado por el presidente Donald Trump, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva respondió con una mezcla de advertencia y realpolitik “Brasil no acepta tutela de nadie y contestará en la misma proporción”, advirtió el mandatario tras convocar de urgencia a su gabinete de crisis.
Según la agencia EFE, la chispa que encendió el choque fue la carta que Trump divulgó en sus redes antes de que llegara al Palacio de Planalto, donde elevó el gravamen como represalia por el juicio que la Corte Suprema brasileña sigue contra el expresidente Jair Bolsonaro por un presunto intento de golpe de Estado en 2023. El texto, que acusa al tribunal de “caza de brujas” y amenaza con sumar cualquier nueva tarifa brasileña al 50 % estadounidense, obligó a Itamaraty a convocar dos veces en un mismo día al encargado de negocios de EE.UU., Gabriel Escobar, para “devolver” el documento por “ofensivo” y “faltas de rigor factual”.
La misiva también sacó a Trump de la lógica meramente arancelaria el republicano justificó el castigo aduanero alegando que Bolsonaro su aliado confeso es víctima de una persecución política, un argumento que encendió todas las alarmas en Brasilia por tratarse de una injerencia directa en un proceso penal en curso.
Lula, por su parte, activó la Ley de Reciprocidad Económica y dejó sobre la mesa contramedidas “de alcance equivalente”. Dentro y fuera del Gobierno se habla de gravámenes espejo contra importaciones de maíz, gas licuado y fertilizantes estadounidenses, insumos críticos para la agroindustria brasileña. El lobby industrial (CNI) y la influyente bancada agropecuaria (FPA) piden, no obstante, negociación urgente para evitar que el fuego cruzado se traduzca en despidos y volatilidad cambiaria.
El impacto potencial no es menor EE.UU. es el segundo socio comercial de Brasil, con un récord de US$ 40,3 mil millones en exportaciones brasileñas y un intercambio total de US$ 81-92 mil millones en 2024, cifras que dejan a Washington con un saldo cómodo a su favor. Las ventas brasileñas se concentran en petróleo, café, acero, celulosa y aeronaves, rubros donde ya existían aranceles sectoriales previos de la administración Trump.
Más allá del choque bilateral, el episodio reaviva la carrera de alineamientos globales. Con China captando US$ 54 mil millones de exportaciones brasileñas en 2024, los analistas ven a Brasil con margen para inclinar la balanza hacia Asia y otros socios BRICS si Washington cierra la puerta.
El momento político tampoco es casual Trump, inmerso en campaña hacia noviembre, vuelve a tensar la cuerda con sus socios clásicos para apuntalar su narrativa “America First”; Lula, que preside el G-20 este año, busca proyectar autonomía y capitalizar el apoyo interno que suele despertar cualquier presión externa percibida como abusiva. Economistas de la FGV advierten, sin embargo, que un ciclo de represalias podría recortar hasta 0,4 puntos del PIB brasileño en 2025 y golpear la confianza inversora justo cuando el real ya cedió más de un 2 % ante el dólar tras el anuncio.
Por ahora, ambos gobiernos mantienen abiertos canales técnicos silenciosos pero activos para explorar excepciones y salvaguardias sectoriales antes del 1 de agosto, fecha en que el arancel de Trump entraría a regir. Si no hay fumata blanca, Latinoamérica podría asistir a su mayor disputa comercial con Washington desde la guerra del acero en 2018; y esta vez, el detonante no es la balanza de pagos, sino la política doméstica de dos presidentes que se niegan a ceder terreno.
