Las calles de Sofía amanecieron con el eco fresco de una noche tensa, marcada por el descontento de una ciudadanía que, una vez más, decidió hacerse sentir. La renuncia del primer ministro Rosen Zhelyazkov llegó en medio de un clima social cargado, donde el cansancio frente a los escándalos y la incertidumbre económica terminó de encender los ánimos.
Según la agencia EFE, la dimisión se produjo horas antes de que el Parlamento debatiera una nueva moción de censura, un trámite que parecía superable para el Ejecutivo, pero que quedó opacado por la presión de decenas de miles de manifestantes que ocuparon el centro de la capital. Para muchos búlgaros, el gesto del gobierno no fue una concesión política, sino una respuesta tardía a una crisis de confianza acumulada por años.
El Gobierno tripartito, integrado por el GERB, el Partido Socialista (BSP) y el populista ITN, apenas llevaba unos meses intentando equilibrar un país acostumbrado a vivir en campaña. En solo cuatro años, Bulgaria ha ido a las urnas siete veces, un récord que ilustra la fragilidad institucional y la fuerte polarización que domina su panorama político.
La chispa reciente vino del rechazo al presupuesto estatal diseñado para la entrada del euro a partir del próximo primero de enero. El plan proponía nuevos impuestos y ajustes que cayeron como un balde de agua fría en una población golpeada por el costo de vida. Aunque el proyecto fue retirado, las protestas siguieron creciendo, alimentadas por una percepción generalizada de que la corrupción continúa dictando el rumbo del país.
Entre los nombres que levantan más pasiones están los de Boiko Borisov, líder del GERB, y el influyente empresario y político Delyan Peevski, sancionado por Estados Unidos y el Reino Unido. Ninguno forma parte formal del gabinete, pero ambos son vistos por analistas locales como figuras con un peso decisivo en la maquinaria estatal. Para los manifestantes, sacar a Peevski y Borisov de la sombra del poder es tan urgente como forzar nuevas elecciones.
Las imágenes de jóvenes proyectando mensajes como “La mafia fuera del poder” sobre la fachada del Gobierno recorrieron el país y se volvieron símbolo de un hartazgo intergeneracional. Y mientras la tensión aumenta, los estudios de opinión muestran un desplome del apoyo al GERB y un deseo casi unánime 82 %, según encuestas recientes de cambiar la forma en que se administra el Estado, desde la justicia hasta la selección de líderes partidarios.
El más reciente índice de Transparencia Internacional vuelve a colocar a Bulgaria entre los países más afectados por la corrupción dentro de la Unión Europea, solo por encima de Hungría. Ese dato no sorprende a nadie en Sofía, pero sí alimenta la pregunta que resuena entre analistas y ciudadanos ¿será esta crisis otro capítulo pasajero o el inicio de una transformación más profunda?








