El doble colapso de inmuebles registrado entre la noche del viernes y la madrugada del sábado en los municipios Diez de Octubre y La Habana Vieja, que cobró la vida de cuatro personas entre ellas una niña de siete años, volvió a desnudar la fragilidad del parque habitacional cubano.
Según el medio digital Havana Times, el primer siniestro sepultó a un hombre de 60 años en Diez de Octubre; horas después, un edificio multifamiliar cedió en La Habana Vieja y causó tres víctimas más. Bomberos y rescatistas trabajaron durante la madrugada para recuperar los cuerpos, mientras vecinos contaban, casi con resignación, que la lluvia intensa y los crujidos de las columnas eran parte de su rutina.
Una herida estructural que no cierra
Las autoridades han reiterado que las precipitaciones recientes aceleraron el deterioro, pero el problema es mucho más profundo. Datos oficiales divulgados por la Oficina Provincial de la Vivienda reconocen que solo en la capital existen 185 348 inmuebles en mal estado un tercio requiere reparaciones parciales y casi otro tercio necesita reformas estructurales severas. A ello se suman más de 43 000 familias que, tras derrumbes anteriores, sobreviven en albergues estatales.
El urbanista independiente Pedro Ceballos recuerda que La Habana carga con edificaciones centenarias construidas en estilos colonial y ecléctico, levantadas con materiales hoy inexistentes o prohibidos. “Sin un plan masivo de rehabilitación, seguirán cayendo como fichas de dominó”, advierte.
La inversión, ¿hotel o vivienda?
Economistas críticos del Gobierno como los consultados por el Observatorio Cubano de Auditoría Social señalan un desbalance crónico en la última década las partidas estatales para turismo superaron en más de cinco veces a las destinadas a vivienda. Solo entre 2016 y 2023 se edificaron unos 30 000 cuartos de hotel nuevos, mientras el déficit habitacional nacional ronda las 856 500 viviendas, el 20 % de la demanda, según cifras del propio Ministerio de la Construcción.
Ese contraste irrita a vecinos de barrios como Centro Habana, donde cepillos de dientes y ollas de presión cuelgan todavía sobre paredes agrietadas para secarse al sol. “Uno ve un cinco estrellas reluciente en el Malecón y no tiene dónde dormir seguro”, comenta Lidia, profesora jubilada que teme cada temporada de huracanes.
Lluvias, huracanes y embargo: el cóctel perfecto
A la falta de mantenimiento se suman los embates climáticos el huracán Ian (2022) dejó más de 27 000 techos dañados en la región occidental. Naciones Unidas calcula que, en Cuba, la frecuencia de eventos extremos asociados al cambio climático ha aumentado un 40 % en las últimas tres décadas. La escasez de materiales agravada por la crisis económica y las sanciones de EE. UU. genera un círculo vicioso: sin cemento ni acero, la reconstrucción se vuelve quimera.
El desafío de la próxima década
En 2018 el Gobierno lanzó una estrategia para “resolver” la crisis en diez años. A mitad de camino, el plan marcha con retraso: el año pasado solo se completó el 39 % de la meta anual de nuevas viviendas, según el último reporte parlamentario. El viceministro de Construcción, Ramón Pérez, admitió que “la disponibilidad de insumos y financiamiento es la principal barrera”, pero aseguró que se evalúan incentivos a la autoconstrucción y alianzas con cooperativas.
Mientras tanto, organizaciones de la sociedad civil piden transparencia en la asignación de recursos y priorizar los edificios declarados en “alto riesgo”, una lista que, de acuerdo con la Dirección de Supervisión de Obras, supera los 3 000 inmuebles solo en La Habana.
Más que ladrillos un asunto de seguridad humana
Cada derrumbe no es solo una estadística implica familias desplazadas, patrimonio perdido y un golpe psicológico a comunidades enteras. La arquitecta habanera Maritza Montalvo insiste en que “sin un programa integral que incluya financiamiento, participación vecinal y mantenimiento planificado, cualquier solución será un parche”.
La tragedia de este fin de semana, sumada a los colapsos recurrentes de los últimos años, subraya la urgencia de una política pública coherente que privilegie la vida de las personas sobre los indicadores turísticos. Porque, como dice un viejo refrán en la isla, “casa segura vale más que vista al mar”.








