Un sigiloso felino terminó “detenido” por los guardias de la Colonia Penitenciaria 7 de Nizhni Nóvgorod cuando intentaba cruzar las rejas con un diminuto paquete de cannabis enganchado al cuello. El hallazgo, tan inusual como ingenioso, ha vuelto a poner sobre la mesa la creatividad y la desesperación de las redes que abastecen de drogas a los internos.
Según la agencia EFE, los funcionarios detectaron que el animal llevaba un collar improvisado y, tras interceptarlo, identificaron la sustancia como marihuana. La maniobra, frustrada por la rápida coordinación del personal penitenciario, derivó en la apertura de un proceso penal contra los cómplices humanos, mientras el gato quedó bajo “custodia preventiva”.
No se trata de un caso aislado. En 2013, un minino brasileño fue sorprendido con sierras y cargadores de teléfono adheridos a su lomo en la prisión de Arapiraca, Alagoas. Más reciente, en mayo de 2025, otro gato fue rescatado a las puertas de un penal en Costa Rica con dosis de drogas pegadas con cinta a su pelaje. Y los gatos no son los únicos “mulas”: palomas mensajeras equipadas con diminutas mochilas de pastillas han sido capturadas en Kuwait y Canadá, mientras que reclusos británicos han llegado a rellenar ratas muertas para burlar controles.
Expertos en seguridad consultados señalan que el uso de animales responde a dos factores: la escasez de personal para revisar exhaustivamente los perímetros y la proliferación de sensores que detectan cualquier artilugio electrónico, obligando a los traficantes a buscar métodos “orgánicos”. Sin embargo, el propio Servicio Penitenciario ruso ha fortalecido sus patrullas tras este episodio, instalando cámaras térmicas y reforzando las vallas con mallas de retracción rápida diseñadas para frenar tanto drones como… felinos.
La ley rusa contempla penas de hasta diez años por introducir estupefacientes en cárceles, y las autoridades advierten que la participación de animales no exonera a los involucrados. Mientras tanto, organizaciones de bienestar animal exigen que el pequeño “camellito” sea trasladado a un refugio y no pase el resto de sus siete vidas tras barrotes.
Lo ocurrido en Nizhni Nóvgorod confirma que la guerra contra el contrabando carcelario no tiene límites ni especies, y que la próxima gran incautación podría venir literalmente con maullidos incluidos.








