La región central de Haití atraviesa un período sombrío. Distintas agrupaciones criminales han implantado el terror en comunidades que se esfuerzan por mantener la calma en medio de un desplome continuo de la seguridad. Familias enteras huyen de sus hogares y buscan refugios improvisados o la ayuda solidaria de parientes que residen en zonas menos afectadas.
Tal como reporta EFE, la coalición terrorista Vivre Ensemble (Vivir Juntos) se ha ensañado con los municipios de Mirebalais y Saut d’Eau, donde la violencia ha cobrado la vida de al menos 75 personas, incluyendo 60 integrantes de pandillas. Entre las víctimas también hay policías que se jugaban el todo por el todo para salvaguardar a la población. Según las autoridades, algunos de los supuestos delincuentes fallecieron tras ser linchados por grupos de civiles furiosos. De acuerdo con datos de la Policía Nacional, más de 31.000 personas han tenido que marcharse de sus comunidades, optando por albergues temporales o la generosidad de familiares dispuestos a brindarles techo.
Reportes recabados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y organizaciones locales de derechos civiles indican que esta crisis se agrava con la entrada de armamento ilegal, que persiste a pesar de las restricciones impuestas por la ONU. El año pasado, se registraron cifras escalofriantes: expertos independientes registraron más de 5.600 víctimas mortales, superando con creces los datos del período anterior, y los secuestros se han convertido en un flagelo cotidiano. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) añade que, ante este clima de inseguridad, la diáspora haitiana continúa aumentando, reflejando la gravedad de un contexto que exige medidas urgentes.
Autoridades, tanto nacionales como internacionales, piden respaldo de la comunidad local y de la comunidad internacional para cortar el paso a estas bandas organizadas que controlan vastas áreas del territorio. Mientras tanto, las personas afectadas intentan rehacer sus vidas lejos de la zozobra diaria y sin perder la esperanza de un cambio real en su país natal.