La tragedia volvió a golpear a los equipos de extinción cuando un camión autobomba se salió de la pista y rodó por un terraplén en Yeres (León). El accidente cobró la vida de un bombero forestal de 57 años, natural de Soria, y elevó a cuatro la cifra de fallecidos durante la actual oleada de incendios que castiga el noroeste peninsular. Su compañero resultó herido leve y se recupera en el Hospital de El Bierzo, mientras otros dos brigadistas continúan ingresados con quemaduras graves.
Según la agencia EFE, el siniestro se produjo mientras la cuadrilla se dirigía a reforzar un frente que avanzaba hacia el parque natural de los Picos de Europa. La misma fuente detalla que, en solo una semana, Castilla y León ha registrado más de 200 focos y que las autoridades temen nuevos saltos de llama impulsados por el viento y las altas temperaturas.
Las cifras ilustran la magnitud de la emergencia: más de 115 000 hectáreas se han quemado únicamente en Galicia y en Castilla y León, donde se mantienen una veintena de incendios activos. Buena parte de ellos se concentran en Ourense y Zamora, con cierres de carreteras, ferrocarriles y hasta un tramo del Camino de Santiago. El Ministerio de Defensa ha desplegado ya 1 900 militares 500 de refuerzo esta semana y la llegada de dos helicópteros Chinook holandeses, capaces de verter 8 000 litros por vuelo, refleja la dimensión internacional del operativo.
El Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS) calcula que, hasta el 18 de agosto, las llamas han devorado 343 862 hectáreas en todo el país, superando con holgura el récord de 2022 (286 000 ha) y multiplicando por seis la media anual de la última década. Los datos de EFFIS corroborados por el balance de RTVE convierten 2025 en el peor año de la serie histórica desde que se publican registros comparables.
Expertos del Instituto Nacional de Meteorología apuntan a una ola de calor de 16 días con picos de 45 °C como factor decisivo en la intensidad y simultaneidad de los fuegos. Al estrés térmico se suman la sequía acumulada y un índice de humedad del suelo por debajo del 5 %, condiciones que prolongan la temporada de riesgo y reducen las ventanas de oportunidad para el ataque directo. Los incendios españoles coinciden con brotes severos en Portugal, Italia y el sur de Francia, lo que tensiona los recursos aéreos europeos y obliga a activar los mecanismos de ayuda mutua contemplados en el Mecanismo de Protección Civil de la UE.
La vicepresidenta primera, María Jesús Montero, insiste en que el Gobierno “ha puesto todos los medios disponibles” al alcance de las comunidades autónomas, pero varios presidentes regionales reclaman un plan plurianual de prevención y restauración que vaya más allá de los refuerzos de emergencia. Organizaciones ecologistas recuerdan que el 96 % de la superficie forestal española carece de planes de gestión actualizados y que solo el 13 % del presupuesto antiincendios se destina a labores preventivas.
Mientras el humo colorea los cielos del Cantábrico y cientos de familias regresan a sus hogares calcinados, los técnicos advierten de que agosto aún puede deparar nuevos sobresaltos: el cambio climático alarga la “ventana de fuego” y multiplica la severidad de cada episodio. Y aunque la previsión anuncia un leve descenso térmico, la lluvia sigue sin aparecer en los mapas. La resiliencia del territorio y la seguridad de los brigadistas dependerán, cada vez más, de la capacidad de anticiparse al próximo incendio en lugar de conformarse con apagar el presente.








