La promesa migratoria de Trump buscaría expulsar a un millón de indocumentados antes de 2025

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El actual debate sobre migración en Estados Unidos se ha convertido en un auténtico dolor de cabeza para miles de familias. Entre inquietudes legales y la incertidumbre económica, el panorama muestra que los planes de la Casa Blanca pretenden pisar el acelerador con una política de deportaciones sin precedentes, retando los límites de la capacidad gubernamental y tensando las relaciones con países vecinos.

Según EFE, en los pasillos federales corre el rumor de que el presidente de EE.UU., Donald Trump, planea concretar nada menos que un millón de deportaciones antes de 2025. Dicho objetivo duplicaría con creces el récord de 400,000 expulsiones del 2011, en tiempos del presidente Barack Obama. Para lograr una maniobra de semejante calibre, la administración Trump ya estaría conversando con al menos una treintena de naciones, tratando de que acepten a personas que ni siquiera tienen su nacionalidad. Especialistas ven esta meta como exagerada, pues la mayoría de los 11 millones de residentes indocumentados en territorio estadounidense poseen derecho a un proceso judicial previo a cualquier expulsión.

El gobierno ha intentado afianzar su estrategia apelando a una ley de 1897 –la llamada Ley de Enemigos Extranjeros–, y en marzo, usó este argumento para deportar a 238 venezolanos a El Salvador. Washington sostiene, sin presentar pruebas contundentes, que dichos migrantes formaban parte de redes criminales como el Tren de Aragua. Con esto, pareciera querer sentar un precedente que facilite la expulsión expedita de extranjeros, ampliando el radio de acción a varios países de la región.

Datos adicionales recabados de fuentes públicas, como el Pew Research Center, confirman la presencia de unos 10.5 a 11 millones de migrantes indocumentados en EE.UU., destacando que muchos de ellos viven y trabajan en comunidades con arraigo cultural y familiar de larga data. Sin embargo, las restricciones presupuestarias de la Oficina de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) podrían convertirse en un muro más difícil de derribar que los obstáculos físicos en la frontera: contratar suficiente personal, coordinar deportaciones y costear la logística para un número tan abultado de retornos masivos luce complicado.

Fuentes vinculadas a la política migratoria apuntan que este endurecimiento forma parte de las promesas de campaña de Trump, quien desde sus primeros discursos anticipó mano dura contra la inmigración irregular. De cualquier modo, con la situación global volátil y la presión de múltiples grupos de derechos humanos, el gobierno enfrenta serios retos para materializar estas intenciones. A fin de cuentas, la implementación no es tan simple como firmar órdenes ejecutivas: la resistencia de gobiernos extranjeros, la intervención judicial y la misma realidad económica interna tienden a desinflar propósitos tan altos.

En la tierra del “sueño americano”, la tensión migratoria se ha convertido en un forcejeo constante. Parece un panorama donde cada decisión de la Casa Blanca genera un estruendo internacional, y a la vez despierta reacciones inmediatas de aquellos que temen ver su futuro y el de sus familias pender de un hilo legal. No hay autor oficial para esta historia, pero su repercusión se siente en cada rincón donde la esperanza de una vida mejor se topa con muros, leyes centenarias y el peso de la retórica política.

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