Las incógnitas de la Pascua en Belén peregrinos, permisos limitados y un futuro incierto

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El ambiente en las calles de Belén adquiere un matiz inesperado durante la Semana Santa. En lugar del ajetreo habitual de peregrinos, se siente una tensión latente que ahuyenta a más de uno. Familias cristianas que antes cruzaban con ilusión los caminos hacia Jerusalén, hoy temen perder horas en los puestos de control o enfrentar detenciones temporales, impulsadas por la inestabilidad que se vive en la región.


Tal como informa la agencia EFE, las restricciones de movilidad y la escasez de permisos oficiales impiden que la comunidad cristiana palestina acceda libremente a los lugares más sagrados en Jerusalén. De los cerca de 50,000 palestinos cristianos que residen en Cisjordania, apenas unos 7,000 han logrado recibir la autorización para peregrinar al Santo Sepulcro en los últimos días, un número que, según testimonios locales, resulta insuficiente y sumamente temporal.


Se estima, de acuerdo con cifras del Instituto de Investigación para la Paz de Oriente Medio, que las continuas tensiones han afectado no solo la práctica religiosa sino también la economía de ciudades históricas como Belén. El turismo, fuente esencial de ingresos para muchos residentes, se ha contraído visiblemente. Algunos establecimientos hoteleros se ven obligados a cerrar o reducir su personal, mientras que talleres artesanales que elaboran piezas de madera de olivo luchan por atraer a los pocos viajeros que se atreven a llegar.
Observadores internacionales como la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) apuntan que este escenario empeora cuando coinciden varios periodos festivos, ya que los controles militares y la inestabilidad en Gaza repercuten en toda la región. En Belén, comerciantes con años de tradición han visto cómo sus hijos emigran a Europa o a otros lugares buscando estabilidad. Para quienes se quedan, el cierre anticipado de los puntos de control o la necesidad de permisos especiales supone una barrera casi infranqueable.


Algunos vecinos cristianos relatan su incertidumbre al no saber si podrán regresar a casa si deciden salir de la ciudad después del mediodía. Otros directamente han renunciado a intentar cruzar: dicen que no tiene sentido arriesgarse a un interrogatorio extenuante en el puesto de control cuando su única intención es participar en misas o procesiones. Por esa razón, varios confiesan que viven la Pascua con un sabor amargo, conscientes de que cada año es más complicado acudir a las celebraciones litúrgicas en Jerusalén.
En este clima de dudas, las familias optan por mantenerse unidas en su propia localidad, apoyando a las iglesias y comercios locales, tratando de sostener una economía que se resiente cuando las festividades religiosas no cumplen con las expectativas turísticas. Incluso los visitantes extranjeros reconocen que la cantidad de peregrinos en los lugares santos está muy por debajo de lo que imaginaron, reforzando la percepción de que hay un impacto directo del conflicto en la experiencia espiritual.


Aunque las circunstancias lucen adversas, muchos se niegan a perder la fe. Algunas parroquias de Belén organizan encuentros comunitarios y actividades que buscan infundir ánimo y solidaridad. En las homilías, se invita a orar por una salida pacífica para la región, esperando que en el futuro las generaciones jóvenes puedan acercarse a Jerusalén sin los temores actuales.
Expertos en conflictos de Oriente Medio señalan que la diplomacia internacional podría aliviar las condiciones de seguridad y movilidad en Cisjordania, pero subrayan que cualquier avance requerirá voluntad política y esfuerzos multilaterales. Mientras tanto, en estas calles de piedra donde, según la tradición, nació Jesús, el fervor religioso permanece vivo, aunque marcado por la incertidumbre y las restricciones diarias.


Las voces que claman por un cambio, desde obreros hasta comerciantes de figuras talladas en madera, coinciden en la urgencia de proteger la práctica religiosa y la identidad cultural de las minorías en la región. La comunidad cristiana, con raíces que se remontan a los primeros siglos de la era cristiana, aspira a compartir sin barreras su fe y sus tradiciones. Lo hacen con la convicción de que, tarde o temprano, el tránsito hacia Jerusalén podrá fluir sin trabas y con la esperanza de que la Pascua sea motivo de unión, no de restricciones.

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