La tensión volvió a sentirse en las calles de Sofía cuando una multitud desbordó el centro de la capital búlgara en una jornada de protestas que comenzó con un ambiente cívico y terminó marcada por episodios de violencia que sorprendieron incluso a los propios organizadores.
Según la agencia EFE, la concentración una de las más numerosas de los últimos años pasó de la indignación social a choques directos con la policía después de que un grupo de encapuchados se separara del resto de los manifestantes y atacara la sede del partido DPS-Nuevo Comienzo, vinculado al empresario Delyan Peevski, figura señalada por Estados Unidos y el Reino Unido en casos de corrupción.
Las autoridades confirmaron al menos cinco heridos y más de diez detenidos, a quienes se les imputarán cargos por vandalismo. Mientras tanto, el corazón de la ciudad quedó sin electricidad durante varias horas, consecuencia de un incendio que, según el operador de la red, podría estar relacionado con sabotaje. El apagón dejó a miles de residentes en la oscuridad y elevó aún más la sensación de incertidumbre en la capital.
La convocatoria original había sido impulsada por la alianza opositora PP-DB tras el anuncio del proyecto de presupuesto para 2026, el primero que Bulgaria elaboraría en euros. Aunque el Gobierno decidió retirarlo para hacer ajustes, el gesto no alivió el clima de protesta. La molestia acumulada contra las alianzas políticas, la corrupción y el peso del oligarca Peevski encendió el ánimo ciudadano y transformó la jornada en una manifestación masiva contra el Ejecutivo.
Carteles, consignas y un reclamo común recorrieron la avenida principal: la salida inmediata del gabinete y el fin de lo que muchos consideran una captura institucional por redes de poder informal. Entre los gritos más repetidos destacaron llamados a “sacar a la mafia del Gobierno” y exigencias de “prisión para Peevski”, reflejo del hartazgo social.
El alcalde de Sofía, Vasil Terziev, utilizó sus redes sociales para describir un “día de participación cívica ejemplar” que, a su juicio, fue empañado por un pequeño grupo de violentos. Criticó que el Ministerio del Interior no actuara a tiempo pese a que los provocadores llevaban ropas y capuchas negras, fácilmente identificables. Sus palabras resonaron entre muchos ciudadanos que temían que la narrativa oficial redujera la protesta a simples disturbios.
Las declaraciones más duras llegaron desde la presidencia. Rumen Radev insistió en que lo ocurrido refleja el rechazo popular al actual Gobierno y pidió elecciones anticipadas. Para él, la violencia no emanó de los manifestantes, sino de “provocaciones de la mafia”, un término que utiliza con frecuencia para describir a los actores que, según afirma, dominan la política búlgara tras bastidores.
Con el país inmerso en un ciclo constante de crisis políticas desde hace años, el escenario vuelve a tensionarse. Las protestas dejaron al descubierto una ciudadanía dispuesta a hacerse sentir y un Gobierno que enfrenta serias dificultades para sostener su legitimidad. En el ambiente queda la sensación de que Bulgaria está entrando en un nuevo capítulo de confrontación, donde las calles llevan la voz cantante y los viejos poderes se ven obligados a recalcular su margen de maniobra.








