El maestro del blanco y negro se despidió del mundo en París, víctima de complicaciones de una leucemia relacionada con la malaria que contrajo años atrás. Durante medio siglo, Sebastião Salgado convirtió su cámara en espejo de las grandes heridas y bellezas del planeta, desde las minas de Serra Pelada hasta las aldeas más recónditas de la Amazonía.
Según CDN, el Instituto Terra organización que el propio Salgado fundó junto a su esposa, la curadora Lélia Wanick confirmó que el fotógrafo brasileño murió rodeado de su familia, con su inmenso archivo de más de medio millón de negativos ya en proceso de catalogación para uso público futuro.
Su obra destila un humanismo feroz. Series icónicas como Workers (1993), Migrations (2000) y Genesis (2013) no solo mostraron la dureza del trabajo y el éxodo contemporáneo, sino que invitaron a cuestionar la relación del ser humano con la naturaleza. En 2021 redobló la apuesta con Amazônia, un viaje visual-sonoro que reivindicó a los pueblos indígenas como guardianes del bosque.
Los reconocimientos llegaron a la par del compromiso Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1998), World Press Photo y un asiento en la Academia de Bellas Artes de Francia, entre otros. Pero ninguno lo enorgulleció tanto según contaba en entrevistas como ver sus imágenes usadas por movimientos sociales para presionar a gobiernos y empresas.
El fotógrafo no se quedó en la denuncia. Con el Instituto Terra logró restaurar más de 2 000 hectáreas de bosque atlántico en Minas Gerais, reviviendo nacientes secas y atrayendo de vuelta especies que habían desaparecido. Ese proyecto ya sirve de modelo para planes de reforestación en otros cinco estados brasileños.
La noticia encendió las redes #GraciasSebastiao escaló posiciones mientras colegas como Steve McCurry y la cineasta Wim Wenders autor del documental La sal de la tierra recordaron su obsesión por “fotografiar con la misma dignidad tanto a un minero como a un presidente”. En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva subrayó que Salgado “puso la lente al servicio de los que no tenían voz” y prometió respaldar la continuidad del Instituto Terra.
Queda su archivo y, sobre todo, la mirada incómoda que obligaba a detenernos ante lo evidente la desigualdad, el éxodo, la destrucción ambiental y la posibilidad aún viva en cada replante de árbol de reconstruir lo que parecía perdido.