La noche volvió inquieta en el norte de Japón tras un poderoso sismo que sorprendió a miles de familias cuando el reloj marcaba las 11:15. La magnitud de 7,5 estremeció comunidades enteras, dejó heridos y alteró rutinas que hoy intentan recuperar cierta normalidad mientras las autoridades insisten en que la situación sigue siendo delicada.
Según la agencia EFE, el impacto del temblor se sintió con especial fuerza en Aomori, donde se registró la mayoría de los lesionados y comenzó una evaluación de daños que aún no concluye. La primera ministra, Sanae Takaichi, confirmó que el país se mantiene en estado de alerta ante la posibilidad de nuevos movimientos significativos.
Las advertencias no son meras precauciones. La Agencia Meteorológica de Japón activó una alerta de “megaterremoto” basada en patrones históricos que muestran un incremento de actividad sísmica tras eventos superiores a magnitud 7 en la fosa de Japón. Esa proyección, que estará vigente durante una semana, mantiene en tensión a comunidades costeras, especialmente luego de la breve orden de evacuación que afectó a más de 20.000 personas por riesgo de tsunami y que dejó imágenes de marejadas de hasta 70 centímetros.
El temblor provocó también reacciones inmediatas en la vida cotidiana. Comercios vieron una afluencia inusual de personas buscando kits de emergencia, mientras el servicio de tren bala shinkansen experimentó interrupciones temporales que complicaron la movilidad en la región. Algunas escuelas suspendieron docencia, un recordatorio de que la infraestructura japonesa, aunque robusta, sigue expuesta a los caprichos geológicos del archipiélago.
La secuencia sísmica tampoco ha dado tregua. En las primeras horas del martes ya se habían registrado al menos quince réplicas mayores de magnitud 3, incluida una de 6,4 que volvió a poner a prueba los nervios de los residentes. Los equipos técnicos siguen inspeccionando edificaciones y vías, tratando de determinar hasta qué punto el territorio resultó comprometido.
Japón no enfrentaba un sismo de esta magnitud desde el 7,6 que castigó la península de Noto en Año Nuevo de 2024, un episodio que dejó profundas cicatrices humanas y materiales. Aquella tragedia sigue fresca en la memoria colectiva y añade un matiz emocional a las advertencias actuales. La combinación de experiencia, tecnología antisísmica y disciplina social permite que el país responda con rapidez, pero cada evento recuerda la vulnerabilidad inherente a vivir sobre el Anillo de Fuego.
Aunque la actividad sísmica es parte de la identidad geográfica japonesa, los expertos coinciden en que la preparación continúa siendo la principal herramienta de resiliencia. Las autoridades insisten en mantener mochilas de emergencia listas, revisar rutas de evacuación y atender las actualizaciones oficiales. En un territorio acostumbrado a vibrar, la calma siempre se construye con anticipación.
