La conversación sobre la seguridad de las vacunas vuelve a ocupar espacio público, pero esta vez respaldada por una revisión científica de gran alcance. Un comité internacional convocado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) examinó la evidencia más reciente y presentó conclusiones que buscan despejar dudas acumuladas durante décadas.
Según reportes difundidos por la agencia EFE, la investigación reunió 31 estudios publicados entre 2010 y 2025, realizados en distintos países y con poblaciones diversas. Todos coinciden en un punto clave no existe relación causal entre las vacunas administradas en la infancia o durante el embarazo y los trastornos del espectro autista. El análisis también reafirma que componentes como el aluminio o el timerosal, usados en algunas formulaciones, no provocan autismo.
La revisión actual no surge en el vacío. El grupo de expertos ya había llegado a conclusiones similares en 2002, 2004 y 2012, pero optó por actualizar el consenso ante el resurgir de discursos que intentan reabrir el debate, en parte alentados desde sectores políticos de Estados Unidos. Las declaraciones recientes del expresidente Donald Trump y del secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., han vuelto a colocar bajo foco teorías desacreditadas, generando ruido en medio de esfuerzos globales por fortalecer la salud pública.
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, destacó en una rueda de prensa que estos resultados deben servir como guía para los gobiernos. Propuso que las decisiones de vacunación se fundamenten en la evidencia más robusta disponible y recordó que la inmunización infantil ha sido, durante el último medio siglo, uno de los motores más potentes de progreso sanitario. La OMS calcula que al menos 154 millones de vidas se han salvado gracias a la vacunación.
En su intervención, Tedros también respondió a cuestionamientos procedentes de Washington, señalando que los desacuerdos entre la OMS y Estados Unidos en este tema reflejan la autonomía técnica de la organización. Ese mensaje cobra relevancia en un contexto donde la institución ha sido acusada, en ocasiones, de ceder a intereses geopolíticos.
Lo cierto es que para la comunidad científica internacional el tema está resuelto desde hace años. El reto, ahora, consiste en trasladar ese consenso al debate público y a las políticas nacionales, en momentos en que la desinformación compite con la ciencia por la confianza de las personas.
