El estruendo sacudió la madrugada dominicana, dejando incertidumbre y un dolor que sigue latiendo en muchos corazones. Las autoridades nacionales aún trabajan para ofrecer claridad en torno a las pérdidas humanas y materiales ocurridas en aquel recinto de entretenimiento donde la música de merengue resonaba hasta que el techo cedió.
Tal como informa la agencia EFE, 226 personas fallecieron en la tragedia ocurrida en la capital de la República Dominicana. Este incidente también cobró la vida del reconocido merenguero Rubby Pérez y de uno de sus músicos, cuando animaban una fiesta. Desde entonces, los familiares de las víctimas siguen en vilo, y los equipos de rescate han redoblado esfuerzos para brindar consuelo y asistencia.
Los mensajes de solidaridad se han extendido más allá de nuestras fronteras. En la Plaza de San Pedro, el papa Francisco, de 88 años, no pudo pronunciar el Ángelus dominical por su proceso de recuperación respiratoria, pero hizo llegar su cercanía a través de un texto en el que pidió a Dios que acoja a todas las víctimas en su paz. “Ruego que se fortalezca a quienes sufren por esta terrible pérdida”, destacó el Pontífice. Según el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) de la República Dominicana, esta es una de las mayores emergencias vinculadas a edificios colapsados en la última década, superando otros eventos registrados en años recientes.
Ecos de experiencias similares en la región han servido para profundizar el debate sobre la seguridad estructural en establecimientos de ocio nocturno. Fuentes del Ministerio de Obras Públicas dominicano sostienen que, en los próximos meses, las inspecciones se intensificarán en locales con gran afluencia de público, y se reforzarán programas de capacitación en prevención de desastres. Este tipo de medidas se han planteado en coordinación con entidades internacionales como la Cruz Roja y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que han destacado la necesidad de protocolos de emergencia actualizados y ejercicios de simulacro frecuentes.
Los dominicanos, con esa solidaridad que nos caracteriza, se han movilizado para donar sangre y recolectar fondos en apoyo a los sobrevivientes y a los familiares de los fallecidos. Numerosas parroquias y organizaciones no gubernamentales han abierto canales de ayuda, brindando acompañamiento psicológico y moral a quienes enfrentan la pérdida. Observadores de agencias humanitarias resaltan el fuerte sentido de comunidad que ha florecido en medio de la adversidad.
En lo adelante, muchos esperan que se intensifiquen los esfuerzos de reconstrucción y supervisión, y que el país permanezca alerta para evitar catástrofes de esta magnitud en el futuro. Las voces de autoridades, líderes religiosos y la ciudadanía en general confluyen en un mismo clamor: el fortalecimiento de la prevención, la unión ante el dolor y la búsqueda constante de la paz, esa que tanto necesitan las familias que hoy guardan luto en tierras quisqueyanas.