La mañana del domingo, el Parque Independencia volvió a llenarse de banderas tricolor, trompetas y arengas patrióticas. Integrantes de la Antigua Orden Dominicana se plantaron frente al Altar de la Patria con la promesa de “defender hasta el último rincón” la soberanía frente a una marcha que, aseguran, sería encabezada por ciudadanos haitianos para rechazar los controles migratorios del Gobierno.
El líder del movimiento, Ángelo Vázquez, advirtió que paralizará el país si la convocatoria haitiana se materializa. Sus palabras resonaron entre cánticos y afiches que reiteraban el lema “República Dominicana: libre y soberana”.
El pulso migratorio viene cargado desde hace meses. Según la Dirección General de Migración, en los primeros tres meses de 2025 se han repatriado más de 22 000 personas sin estatus regular, una cifra que supera en 15 % el mismo período del año pasado. Expertos del Observatorio Político Dominicano apuntan que la presión social para “endurecer la frontera” ha crecido al ritmo de la crisis económica y la inseguridad percibida en barrios cercanos a la línea divisoria.
En ese contexto, el presidente Luis Abinader ha reforzado operativos, levantado vallas y reactivado el polémico registro biométrico. Para Vázquez y sus seguidores, las medidas son “un deber mínimo” y exigen acciones más drásticas desde patrullajes mixtos permanentes hasta la suspensión de visas laborales a empresas que contraten mano de obra indocumentada.
No obstante, la otra cara de la moneda también reclama espacio. Organizaciones como la Mesa Nacional para las Migraciones recuerdan que el 32 % de la caña cortada en 2024 fue obra de trabajadores haitianos, y que suprimir esas plazas sin un plan de sustitución generaría un vacío productivo difícil de rellenar. Mientras, la Asociación de Industriales del país ha pedido “prudencia” para no frenar exportaciones que dependen de mano de obra flexible.
Consultado sobre la posibilidad de choques entre colectivos, el sociólogo Juan Miguel Pérez advierte que “la retórica de ‘morir por la patria’ prende rápido en un clima polarizado”. Para él, la solución pasa por acelerar el diálogo binacional y por transparentar, con cifras oficiales, cuántos trabajadores se necesitan y en qué sectores.
En el Altar de la Patria, la manifestación concluyó sin incidentes graves, pero dejó claro que la temperatura social sigue subiendo. Mientras las trompetas se apagaban, una señora de Villa Mella contaba entre dientes “Uno protege lo suyo, pero también hay que comer; ojalá el gobierno encuentre el punto medio”. Ese balance, entre orgullo y pragmatismo, parece ser el próximo gran desafío para una nación que, a 181 años de su independencia, todavía debate cómo mirar a su vecino sin perder de vista su propia identidad.