El estruendo que sacudió la avenida Independencia la madrugada del 8 de abril aún retumba: 230 personas murieron cuando el techo de la mítica discoteca Jet Set cedió sobre la pista de baile repleta de amantes del merengue. Las cifras oficiales han ido cambiando —221 víctimas, según un balance recopilado seis días después por El País—, evidencia de un conteo doloroso que todavía no se cierra.
La tragedia no fue obra de un solo infortunio. El edificio, levantado en los años 70 para funcionar como cine, jamás fue calculado para soportar la vibración constante de un sistema de sonido moderno ni la carga de equipos industriales añadidos con el paso del tiempo. Ese “cóctel” de peso, golpes de baja frecuencia y humedad infiltrada fue minando el hormigón hasta que las vigas principales dijeron basta.
Radiografía de un techo que se rindió
El informe técnico preliminar describe un deterioro por etapas: microfisuras invisibles, deformaciones imperceptibles y, finalmente, la rotura simultánea de viguetas y cables de pretensado en la zona central, la más exigida. A la sobrecarga de plantas y transformadores se sumó la corrosión favorecida por filtraciones del aire acondicionado. El proceso avanzó sin mantenimiento correctivo pese a grietas y goteras que, según empleados citados en el reporte, eran “pan de cada día”.
Una voz veterana, el urbanista y exregidor Waldys Taveras, recuerda que la norma que obliga a inspeccionar edificaciones de uso público (decreto 715‑01) nunca se aplicó a cabalidad y que la Ley 675 de construcción data de 1944: “estamos huérfanos de fiscalización y los bomberos no tienen ni recursos ni mandato para prevenir”, advirtió tras visitar la zona cero.
Reacción legislativa y grietas institucionales
El vacío regulatorio movió al Senado: el 14 de abril, el legislador Pedro Tineo introdujo un proyecto que crea el Sistema Nacional de Supervisión y Certificación de Obras Públicas y Privadas. Propone evaluaciones obligatorias cada dos años, un certificado visible en la entrada de toda edificación y multas de hasta mil salarios mínimos para quienes ignoren reparaciones.
Además, el Ministerio de Obras Públicas ha anunciado operativos de inspección exprés en locales de ocio de la capital, aunque sin plazos ni presupuesto definidos. Esa indefinición recuerda que tras el incendio de la discoteca Kiss (Brasil, 2013) y el derrumbe del techo del Apollo Theatre (Reino Unido, 2013) los gobiernos necesitaron años —y varios siniestros más— para convertir los buenos propósitos en reglamentos vinculantes.
Más que una sala de fiesta, un síntoma
El Jet Set era mucho más que un club nocturno. Ícono del merengue desde 1973, su renombre atraía celebridades y turistas. Hoy sus escombros revelan la realidad de decenas de locales que operan en infraestructuras adaptadas “a ojo” y que dependen de la buena suerte para aguantar los altavoces. El contraste entre la música y la mampostería obsoleta quedó al descubierto.
Lo que viene
Mientras peritos completan el informe final, las familias claman por justicia civil y penal. La aseguradora del establecimiento evalúa reparaciones que podrían superar los 30 millones de dólares, y el Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA) se ha comprometido a auditar gratis cualquier discoteca levantada antes de 2000.
Actualización de las reglas, fiscalización independiente y un presupuesto real para la Oficina Nacional de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad son la triada que expertos colocan sobre la mesa. De no concretarse, advierten, el recuerdo del Jet Set se convertirá en un “primer aviso” y no en la gran lección que el país necesita para que la rumba vuelva a ser solo fiesta y no presagio.