El terremoto de magnitud 7,7 que sacudió Birmania (Myanmar) el pasado viernes sigue cobrándose secuelas en todos los frentes. Miles de familias permanecen a la intemperie, sin un techo seguro ni atención médica suficiente. Muchos hospitales ya presentaban problemas de equipamiento, y la falta de agua potable está ejerciendo aún más presión sobre los servicios de salud.
Tal como informa EFE, la escasez de agua limpia amenaza con agravar todavía más las condiciones de supervivencia de los desplazados y heridos. En el último recuento oficial, las autoridades reconocen más de 2.000 fallecidos y cerca de 3.900 heridos, aunque la oposición birmana sitúa la cifra en 2.400 muertes y señala que cerca de 8 millones de personas se han visto afectadas. Varios grupos humanitarios advierten que el riesgo de enfermedades aumenta cada hora, mientras cuerpos sin vida continúan en las calles y los hospitales no dan abasto.
Según datos recabados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2022, la propagación de infecciones en contextos de desastre se dispara cuando no hay agua potable ni condiciones mínimas de higiene. El reciente terremoto, que ha dejado miles de edificaciones destruidas, obliga a gran parte de la población a buscar refugio en zonas al aire libre, donde la falta de letrinas y energía eléctrica empeora la situación. UNICEF ya ha comenzado a distribuir kits de agua, saneamiento y otros suministros esenciales, aunque se necesitan refuerzos constantes para prevenir brotes similares a la alerta de cólera que surgió en Mandalay hace unos meses.
Además de la crisis sanitaria, muchas organizaciones humanitarias enfrentan obstáculos para movilizar recursos y personal: la compleja situación política tras el golpe militar de 2021 dificulta la llegada de ayuda a puntos críticos. Algunas ONG locales han descrito la logística de reparto como “tortuosa”, pues los retrasos incrementan la posibilidad de contagios y epidemias, teniendo en cuenta que cada minuto cuenta para enterrar los cadáveres oportuna y dignamente.
La devastación en Birmania recuerda otros desastres naturales de gran magnitud, como el sismo que golpeó Nepal en 2015 o las catástrofes vividas en Turquía y Siria. En este tipo de tragedias, la infraestructura básica suele venirse abajo, y el agua potable se convierte en un recurso crítico para evitar más muertes por enfermedades transmisibles. Agencias de Naciones Unidas, junto a organizaciones como Médicos sin Fronteras, resaltan la urgencia de establecer zonas seguras de saneamiento y refugios temporales con acceso fiable a energía y centros de salud.
Fuentes públicas y especialistas en crisis humanitarias insisten en la importancia de la respuesta temprana a la escasez de agua. Los cortes de electricidad, el cierre de caminos y la limitada coordinación internacional generan un panorama desolador. Aun así, diversos donantes internacionales y gobiernos de la región buscan alternativas para sortear los obstáculos y canalizar suministros donde más se necesitan.
La esperanza radica en el trabajo conjunto. La comunidad global ha observado cómo, tras otros terremotos, la solidaridad internacional puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. En un país con tantas zonas remotas y cientos de miles de personas sin hogar, cada gota de agua y cada colchón nuevo representan un rayo de alivio. De esta manera, se espera que con la cooperación de organizaciones, gobiernos y particulares, Birmania pueda superar los estragos de la naturaleza y la crisis política, apuntando a reconstruir hospitales, carreteras y servicios básicos que garanticen un futuro menos incierto para su población.