El ambiente de fiesta que solía reinar en la discoteca Jet Set cambió de tono cuando, entrada la noche, unas finas partículas de polvo y un ligero goteo se convirtieron en indicios de la tragedia que sobrevendría. Este lugar, célebre por acoger a figuras emblemáticas del merengue, de pronto quedó sepultado bajo escombros y desconcierto. Familias completas salieron en busca de diversión, ignorando que aquel encuentro terminaría en luto.
Según Listín Diario, en un artículo de Ángel Valdez, los presentes advirtieron fracturas mínimas en el techo pocos minutos antes del derrumbe. Aun así, algunos siguieron adelante con la velada, confiando en que la situación se resolvería. El estallido que se escuchó pasada la medianoche dejó la pista de baile a media luz y un estruendo que estremeció la zona. Testigos relatan que vieron caer una suerte de “arenilla” y un leve escape de agua, señales que hoy muchos califican como llamados de alerta.
El colapso cobró la vida de 66 personas y dejó heridos a decenas más. Entre las víctimas mortales se encontraba el reconocido merenguero Rubby Pérez, artista muy querido por los dominicanos. Su deceso, así como el de los demás afectados, ha encendido un debate público sobre las condiciones estructurales de ciertos recintos que suelen agrupar grandes multitudes. La preocupación se basa en que cada vez más eventos culturales se concentran en salones cerrados y, si estos no cumplen con estándares de construcción adecuados, ponen en peligro a miles de asistentes. El Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA) ya anunció su disposición a examinar a fondo las causas del colapso y a rendir un informe técnico que permita subsanar cualquier irregularidad.
Por otro lado, el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) ha reiterado la relevancia de contar con rutas de evacuación señalizadas y de capacitar al personal de seguridad en la detección temprana de riesgos. De hecho, este organismo lanzó un comunicado exhortando a los propietarios de centros de diversión a someterse a inspecciones voluntarias. Se pretende así minimizar cualquier contingencia y promover una cultura de seguridad preventiva. Algunos locales han mostrado interés en reforzar sus infraestructuras, bajo la mirada atenta de las autoridades y de la misma comunidad que ha quedado consternada.
Expertos en ingeniería indican que hay que estudiar la resistencia de materiales en estructuras antiguas, ya que la humedad, el sobrepeso y la falta de mantenimiento suelen generar grietas y filtraciones con el paso del tiempo. En tanto, representantes del Ministerio de Obras Públicas han planteado la posibilidad de endurecer las regulaciones para la emisión de licencias de operación, haciendo énfasis en la supervisión periódica de inmuebles dedicados al entretenimiento nocturno.
Hoy, Santo Domingo entera lleva en la memoria este suceso y exige soluciones concretas. Muchos claman por homenajear a las víctimas impulsando iniciativas de reforma en las normas de construcción. En medio de la tristeza, se perfila un llamado a la renovación: que la tragedia sirva como punto de partida para evitar que otra discoteca o escenario cultural se desplome en pleno apogeo de una fiesta. Es esencial que los espacios de esparcimiento no solo vibren con buena música, sino que también cuenten con la solidez necesaria para garantizar la vida de sus visitantes.
Para los seres queridos que sufren la pérdida de un hijo, un padre o un artista admirado, las palabras pueden quedarse cortas. Aun así, la voluntad de buscar justicia y responsabilidad parece firme. Con la acción conjunta de organismos especializados, empresarios y ciudadanos, se vislumbra la esperanza de que otra escena tan dolorosa no vuelva a repetirse. De momento, el recuerdo se fusiona con la exigencia de un cambio real, manteniendo viva la memoria de quienes partieron de manera tan sorpresiva.