La vida en Haití se ha vuelto un auténtico viacrucis para miles de familias que buscan seguridad, alimentos y servicios médicos. Desde hace varios años, la nación caribeña enfrenta el avance de grupos armados, desplazamientos masivos y brotes epidémicos que parecen no dar tregua. El deterioro de la situación llegó a un punto crítico en septiembre de 2022, cuando la violencia se intensificó, y para 2025 no se ha observado una mejora real.
Este panorama, según org, se agrava por la pérdida de recursos de salud y la dificultad para que la ayuda humanitaria llegue a los barrios más necesitados. Informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2024) corroboran que la inestabilidad dificulta la provisión de agua limpia, alimentos y vacunas, afectando de manera directa a quienes dependen de programas de asistencia. Más de un tercio de las instalaciones hospitalarias en Puerto Príncipe se han visto forzadas a cerrar, mientras que la reaparición del cólera ha complicado aún más las respuestas de emergencia.
En la actualidad, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) señala que la crisis alimentaria pone a millones en riesgo de desnutrición. Además, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) alerta sobre la posibilidad de brotes de enfermedades como la polio, el sarampión y la difteria, en un entorno donde la vacunación y los sistemas de vigilancia están cada vez más frágiles. Estas cifras alarmantes se combinan con la continua migración interna de quienes huyen de la violencia, dejando atrás sus hogares y complicando aún más la logística de atención.
Queda claro que la comunidad internacional, organizaciones no gubernamentales y el gobierno haitiano deben coordinar estrategias urgentes para evitar una catástrofe mayor. Cada esfuerzo cuenta en un territorio donde un leve atisbo de estabilidad puede marcar la diferencia entre la esperanza y el retroceso de toda una nación.