El corazón de Puerto Príncipe late con un ritmo más agitado de lo normal. Miles de ciudadanos, vestidos de negro en muchos casos, marchan por las calles para denunciar el desamparo que sienten frente a un escenario plagado de bandas armadas y descontrol. Personas que perdieron su hogar en anteriores enfrentamientos hacen causa común con vecinos de zonas como Canape-Vert, Turgeau, Carrefour-feuilles, Pacot, Debussy y Delmas, todos unidos en un reclamo urgente por seguridad y soluciones concretas.
Tal como reporta EFE, la tensión ha subido de tono con manifestantes avanzando hacia dependencias oficiales, incluidas áreas donde despacha el primer ministro y se reúnen miembros del Consejo Presidencial de Transición. Algunos grupos han advertido que no cederán si el gobierno no pone freno a la escalada de violencia, extendida no solo en la capital sino en ciudades de provincia como Mirebalais. Fuentes como la Red Nacional de Defensa de Derechos Humanos (RNDDH) confirman la fuga masiva de más de 500 reos tras un incendio provocado por la coalición Vivre Ensemble, liderada por Jimmy Chérizier alias ‘Barbecue’, uno de los jefes más temidos de la zona.
Según las últimas cifras oficiales de la ONU, más de 4,200 personas fueron asesinadas entre julio y febrero recientes, y casi 1,400 resultaron heridas en enfrentamientos relacionados con el control de territorios. La violencia con armas de fuego, introducidas de forma ilegal a pesar de las prohibiciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, afecta a una población que ya tenía pocas salidas y un nivel de pobreza estructural. De acuerdo con la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), la crisis también impulsa una ola migratoria, con miles de familias que buscan protección en otros países de la región.
Algunos especialistas creen que la situación se ha visto agravada por la falta de instituciones plenamente funcionales y por años de inestabilidad política. Organizaciones como Amnistía Internacional y otros observadores independientes señalan que, sin un plan integral para el desarme de bandas y la recuperación del aparato estatal, la ola de criminalidad seguirá expandiéndose.
Resuena con fuerza el deseo de tantos haitianos por retomar la normalidad y recuperar sus espacios. En cada pancarta asoma la urgencia de un futuro menos atormentado. Las calles, llenas de indignación, parecen decir que ya no hay margen para mirar hacia otro lado. Mientras las protestas continúan, el llamado más repetido es al compromiso firme de las autoridades y a la cooperación internacional, con la esperanza de que el anhelo de paz deje de ser una quimera en la tierra que un día inspiró a toda la región con su lucha por la libertad.