La historia de Megan Dixon, una joven británica que a los 20 años celebra cada movimiento como una victoria, pone rostro a un trastorno todavía poco comprendido: el trastorno neurológico funcional (TNF). Su caso sacude la percepción de lo que significa “quedarse paralizado” y demuestra hasta dónde puede llegar la neurorehabilitación intensiva cuando se combina con tenacidad y apoyo médico adecuado.
Según un reportaje de BBCC NEWA MUNDO, Megan comenzó a sentirse mal a los 13 años y, tras perder el habla a los 16, fue ingresada con sospecha de derrame cerebral. Aquella hospitalización, que en principio duraría cuatro días, se extendió a dos años y la dejó sin poder caminar, hablar ni abrir los ojos. Solo entonces obtuvo un diagnóstico firme: TNF, una disfunción en la forma en que el cerebro envía y recibe señales, sin lesión estructural aparente en el sistema nervioso.
La Organización Mundial de la Salud calcula que los trastornos neurológicos funcionales representan hasta un 6 % de las consultas neurológicas, aunque la falta de registro sistemático sugiere que la cifra real podría ser mayor. Un metaanálisis publicado en The Lancet Neurology (2023) subraya que, pese a su alta prevalencia, el TNF se confunde con frecuencia con enfermedades psicogénicas o se minimiza como “solo estrés”, lo que prolonga la incertidumbre y el sufrimiento de los pacientes.
En el caso de Megan, la incertidumbre se tradujo en 50 convulsiones diarias, pérdida total de la deglución y dependencia de una sonda nasogástrica. “Estaba paralizada del cuello para abajo; mi cuerpo simplemente se apagó”, relató la joven. Hoy, tras 18 meses en el Centro de Atención Neurológica Eagle Wood, puede mover brazos y piernas, hablar con soltura y planear una vida independiente junto a su novio. El principal obstáculo que le queda son unas contracturas severas de rodilla que, según sus médicos, requerirán cirugía antes de plantear el uso de exoesqueletos robóticos o férulas dinámicas.
Expertos como la neuróloga dominicana Dra. Marisol Reyesquien no ha tratado a Megan, pero sigue de cerca los avances en TNF coinciden en que la plasticidad cerebral es la gran aliada. “Cuando se combinan fisioterapia a alta intensidad, terapia ocupacional y abordaje psicológico, el cerebro aprende rutas nuevas para enviar sus señales. Lo vemos también en pacientes locales que, tras accidentes, quedan con síntomas funcionales”, explica la especialista.
El camino, sin embargo, no es lineal. Organizaciones como FND Action reportan que el 30 % de los pacientes experimenta recaídas o crisis periódicas, sobre todo en momentos de tensión emocional. Megan lo sabe bien: documenta esos altibajos en TikTok para romper el aislamiento que sintió en los pasillos del hospital. Su mensaje es simple y dominicanamente directo “Cada chin que uno avance merece un fiestón”.
República Dominicana vive otra realidad el país carece de unidades especializadas en TNF, y los casos suelen quedar en un limbo entre neurología y psiquiatría. Para la terapeuta física Dra. Génesis Cordero, la experiencia de Megan sirve de campanazo “Si ella pasó de 50 convulsiones al día a mover todo el cuerpo, ¿qué no lograríamos aquí con protocolos integrales?”. Cordero aboga por crear un registro nacional de TNF que permita cuantificar la carga de la enfermedad y diseñar rutas asistenciales claras.
Mientras tanto, Megan ahorra para cursar un programa en línea de manicura profesional. Sueña con abrir su propio estudio adaptado y diseñar uñas que cuenten historias de superación. “No pensé que llegaría a los 18, y ya voy por los 20”, dice entre risas. Su próximo reto, confiesa, es convencer a sus cirujanos de que pintarle las uñas antes de la operación podría ser justo el empujón emocional que necesita.
La ciencia aún busca respuestas definitivas, pero la travesía de Megan desde un cuerpo inmóvil hasta celebrar el simple hecho de parpadear muestra que el TNF no tiene por qué ser una sentencia. Con diagnóstico temprano, tratamiento interdisciplinario y la chispa de la esperanza, las neuronas pueden volver a encender caminos que parecían apagados. O, como diríamos en buen dominicano, “cuando el chip se reinicia, el cuerpo entero coge la luz”.