Niños menores de seis años, embarazadas e indígenas serán los protagonistas de la “Celebración Bolivariana de Inmunización 2025”, una jornada que tomará las plazas, escuelas y fronteras venezolanas del 27 de abril al 4 de mayo. La meta: cortar de raíz brotes de sarampión, fiebre amarilla y otras enfermedades que vuelven a tocar la puerta de la región.
Según reseña la agencia EFE, el Ministerio de Salud movilizará 10 147 vacunadores y habilitará 5 400 puntos de inmunización, desde las grandes ciudades hasta los rincones selváticos. La estrategia pone sobre la mesa dosis contra sarampión, fiebre amarilla, polio, hepatitis B, tuberculosis y la potente pentavalente que cubre difteria, tétanos, tosferina y meningitis B, entre otras.
La urgencia está más que justificada. Datos recientes de la Organización Panamericana de la Salud indican que en lo que va de 2025 se han registrado 2 313 casos de sarampión y 189 de fiebre amarilla en seis países del hemisferio. Las muertes por ambas afecciones ya superan las cifras de todo 2024, un campanazo que ningún sistema sanitario puede ignorar.
Para apuntalar la ofensiva, Caracas recibió 30 000 vacunas antipolio de Cuba y un lote similar más 20 000 antituberculosis procedente de Nicaragua. Este refuerzo será clave en las zonas rurales, donde la cobertura cayó por debajo del umbral del 80 % durante la última década.
Salubristas consultados recuerdan que Venezuela es un corredor migratorio vital: cada vacuna aplicada a orillas del Orinoco también protege a comunidades del Caribe y la Amazonía, mitiga riesgos en la frontera colombo-venezolana y reduce la presión sobre los sistemas de salud vecinos, incluida la República Dominicana.
Con la mira puesta en los grupos más vulnerables y un despliegue logístico pocas veces visto desde la pandemia de COVID-19, el Gobierno de Nicolás Maduro busca recuperar terreno perdido. La próxima semana será decisiva para saber si esa ofensiva consigue al menos por ahora mantener a raya a los viejos fantasmas de la salud pública.