Niza, Francia. El presidente Luis Abinader aterrizó en la Costa Azul decidido a poner el mar dominicano sobre la mesa global. Muy temprano se dejó ver en la plenaria inaugural de la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Océano (UNOC 2025), donde los jefes de Estado incluyendo a Emmanuel Macron, Antonio Guterres y Rodrigo Chaves exigieron pasar de los discursos al cuidado real de los mares.
A su lado viajan el ministro de Medio Ambiente Paino Henríquez, el vicepresidente del Consejo de Cambio Climático Max Puig y Jimmy García Saviñón, cabeza de la Autoridad Marítima. La delegación dominicana aprovechó los pasillos para intercambiar impresiones con Ursula von der Leyen y otros líderes, afinando apoyos antes de la intervención del mandatario prevista para esta tarde, donde defenderá “acciones con financiamiento y plazos verificables” frente a la crisis oceánica. (Itinerario oficial).
No es un arranque improvisado. Desde 2022 el país se comprometió a proteger el 30 % de sus aguas para 2030 y ya ha declarado nuevas áreas marinas protegidas en Montecristi y La Altagracia, movimientos que organismos como Mission Blue han catalogado de “referencia caribeña”.
Ese objetivo cobra peso si se recuerda que la República Dominicana custodia unos 1 288 km de litoral playas, manglares y arrecifes que sostienen turismo y pesca artesanal y una ZEE de casi 300 000 km².
Abinader también quiere que el Senado acelere la ratificación del Tratado de Alta Mar; solo 32 países lo han hecho y se necesitan 60 para entrar en vigor. Sin ese instrumento, la promesa global de reservar el 30 % del océano quedaría, según Guterres, en “papel mojado”.
Para financiar la transición azul, el Gobierno presume del bono verde soberano de USD 750 millones emitido en 2024, destinado a energías limpias y saneamiento costero, y explora un “bono azul” atado a restauración de corales y control de plásticos, siguiendo la tendencia latinoamericana de deuda temática.
En Niza, la consigna es clara: de la promesa al agua. El Presidente dominicano buscará que su país sea ejemplo de cómo los pequeños estados costeros pueden navegar la ruta hacia un océano sano y, de paso, blindar su seguridad alimentaria y turística ante el cambio climático.