Una fina cruz labrada sobre el oro selló el fin oficial del pontificado de Francisco. La señal quedó impresa este martes en el Anillo del Pescador y en los sellos de plomo que autentificaban sus misivas, a solo horas de que los cardenales se encierren en la Capilla Sixtina para votar a su sucesor. La medida, tradicional y simbólica, persigue un objetivo muy práctico impedir que alguien falsifique documentos a nombre del papa fallecido.
Según despachos de EFE, los cardenales reunidos en las congregaciones generales acordaron acelerar el protocolo y autorizaron al camarlengo, el irlandés-estadounidense Joseph Kevin Farrell, a ejecutar la anulación dieciséis días después del deceso de Francisco. Farrell, quien custodia los bienes de la Santa Sede durante la sede vacante, también clausuró el apartamento papal en la Casa Santa Marta hasta que el nuevo pontífice tome posesión.
La práctica de destruir o, con rigor técnico, “cancelar” el Anillo del Pescador se remonta al siglo XIII. La Constitución Universi Dominici Gregis ordena que ese distintivo y los sellos papales queden inservibles, para “evitar cualquier manipulación o abuso” durante el interregno. Hoy se utiliza un buril que traza una cruz sobre el anillo; en otros tiempos se empleaba un martillo de plata, un gesto que recordaba públicamente que la autoridad del pontífice concluye con su vida.
Farrell, curtido administrador y voz de confianza de Francisco en materia financiera, asumió un papel similar al de un albacea confirma la muerte, protege archivos sensibles y convoca al cónclave. Su perfil pragmático, destacan analistas vaticanos, le da peso en la fase que comienza, aunque no figure entre los papabili.
El precedente más cercano data de 2013, cuando el anillo de Benedicto XVI fue “cancelado” tras su renuncia. Entonces también se subrayó el riesgo de documentación fraudulenta en una Iglesia que empezaba a digitalizar buena parte de sus comunicaciones.
Para la Iglesia, el gesto va más allá de la liturgia marca el paso de una figura carismáticaprimer jesuita y primer latinoamericano en la silla de Pedro hacia un escenario de expectativa global. En la antesala del cónclave, las reuniones de cardenales han girado sobre el perfil que requiere el próximo papa reformador pero conciliador, capaz de navegar crisis de abusos y tensiones geopolíticas.
Mientras tanto, los apartamentos pontificios permanecen precintados. No se abrirán hasta que el nuevo papa cruce el umbral. Con el anillo ya mutilado, solo queda esperar a que el humo blanco indique que la Iglesia tiene, de nuevo, una mano dispuesta a lucir el símbolo intacto del poder espiritual más antiguo de Occidente.