Ataque israelí en Irán expone fragilidad del régimen

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La madrugada del 13 de junio tumbó la coraza simbólica que Teherán mostraba al mundo: cazas furtivos, drones de largo alcance y comandos especiales israelíes golpearon en simultáneo bases militares, complejos nucleares y los hogares de varios científicos clave. El saldo fue demoledor y visible en cuestión de horas.

Según el artículo original que compartiste y los balances oficiales citados luego por The Washington Post 627 iraníes perdieron la vida, entre ellos generales de la Guardia Revolucionaria, físicos atómicos y sus familiares. Más de 4 ,870 personas resultaron heridas, y el propio Ministerio de Salud iraní reconoció la magnitud de la catástrofe.El impacto cruzó fronteras Washington respaldó la ofensiva con bombas “bunker buster” sobre tres instalaciones nucleares, una movida que la Casa Blanca describió como “cirugía preventiva”, aunque analistas de inteligencia advierten que el programa atómico sólo quedó retrasado unos meses.

Un andamiaje de poder que colapsa

Durante tres décadas, la estrategia del ayatolá Alí Jameneí fue pelear a través de terceros Hezbolá en Líbano, las milicias chiíes en Irak y los hutíes en Yemen para mantener la guerra lejos de Irán. Esa táctica blindó al régimen de golpes directos y, de paso, cultivó una narrativa de invulnerabilidad interna. El 13 de junio desmontó el mito de un plumazo: los misiles tocaron suelo iraní, las sirenas sonaron en Teherán y las redes sociales se inundaron de videos de edificios humeantes.

El objetivo prioritario fue el círculo técnico-científico que empuja las centrifugadoras de Natanz y Fordow, así como los oficiales que coordinan a las milicias extranjeras. Golpear a los cerebros antes que a los soldados es una firma clásica de la inteligencia israelí; esta vez, la operación trascendió la precisión quirúrgica y se sintió como un mazazo estratégico.

EE. UU. entra en escena y la guerra roza el abismo

Tres días después, bombarderos estadounidenses B-2 Spirit cruzaron el Golfo Pérsico y remataron zonas profundas de Isfahán y Arak. El mensaje era doble: disuadir futuras ambiciones nucleares y demostrar que Washington aún domina la disuasión regional. La respuesta iraní fue lanzar una salva de misiles balísticos contra la base estadounidense de Al-Udeid, en Catar, todos interceptados, pero suficientes para que el Pentágono pusiera al CENTCOM en alerta máxima.

En solo 12 días, el intercambio mutó en la llamada “Guerra de los 12 Días”. Israel reportó 28 muertos y más de 3 ,000 heridos; Irán, 627 muertos y miles de desplazados internos. Con el termómetro geopolítico al rojo vivo, Washington y Tel Aviv anunciaron un alto el fuego el 24 de junio, calculando que un conflicto abierto arrastraría a Hezbolá, a las fuerzas estadounidenses desplegadas en la región y, muy probablemente, al petróleo mundial.

Sacudida interna y dilemas para Jameneí

El golpe no sólo destruyó infraestructura militar; también erosionó la legitimidad del aparato de seguridad. En ciudades como Mashhad y Shiraz se registraron cacerolazos improvisados y proclamas contra los Guardianes de la Revolución por su incapacidad para anticipar el ataque. Mientras tanto, los halcones del Parlamento liderados por el general retirado Ahmad Reza Pourdastan exigen represalias “del mismo calibre”, aun a riesgo de una escalada continental.

En el ala reformista, voces como la del ex ministro de Exteriores Javad Zarif piden retomar el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) con salvaguardias más estrictas, convencidos de que sin cobertura diplomática cualquier reconstrucción nuclear será un blanco fácil. El dilema es crudo responder con furia y arriesgarse a otra oleada de ataques, o ceder espacio y quedar expuesto a la crítica interna por debilidad.

¿Se frenó el programa nuclear?

La Casa Blanca asegura que las bombas perforantes inutilizaron las galerías subterráneas de Fordow y destrozaron cientos de centrifugadoras IR-9 de última generación. Sin embargo, una evaluación clasificada filtrada a Business Insider sostiene que los túneles más profundos habrían quedado operativos y que la producción podría reanudarse en menos de seis meses, siempre que Irán disponga de repuestos y material fisionable suficiente. Es decir, se ganó tiempo, pero no se eliminó la amenaza.

Repercusiones regionales

Arabia Saudí y Emiratos respaldaron el alto el fuego, temerosos de ver sus plantas desalinizadoras y aeropuertos convertidos en daños colaterales. Turquía, por su parte, convocó a una cumbre extraordinaria de la Organización de Cooperación Islámica para reprobar la intervención estadounidense, buscando capitalizar el sentimiento anti-israelí. Rusia y China aprovecharon la crisis para reforzar la narrativa de que la seguridad de Oriente Medio “no debe depender de potencias externas”.

En Israel, el primer ministro Benjamín Netanyahu cosechó un repunte fugaz en las encuestas, pero encara la presión de la ultraderecha que exige mantener la mano dura en Gaza, alegando que “si se derrotó a Irán se puede doblegar a Hamas”.

Un tablero que ya no es el mismo

Irán tardará meses quizá años en reconstruir sus instalaciones y recomponer su cuadro científico. Pero la fractura más profunda es psicológica por primera vez desde la guerra con Irak en los 80, la población atestiguó bombardeos en su propia capital. Ese shock puede espolear tanto el nacionalismo como la crítica al liderazgo, dependiendo de cómo Jameneí maneje la narrativa.

Para Israel y Estados Unidos, la victoria táctica deja un interrogante estratégico ¿se atenuó la carrera nuclear o simplemente se postergó la próxima crisis? En un Medio Oriente que vive de equilibrios precarios, la respuesta determinará si el alto el fuego de junio fue un paréntesis o el preludio de una nueva espiral de violencia.

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