Teherán volvió a estremecerse este domingo con el eco de nuevas explosiones y la ráfaga de las baterías antiaéreas. Varias detonaciones sacudieron los distritos de Shahrak Gharb, Saadat Abad y Punak, mientras columnas de humo despuntaban sobre el este de la ciudad. Los residentes, curtidos por dos días de sobresaltos, volvieron a correr hacia refugios improvisados con la angustia de no saber de dónde vendría el próximo estruendo.
Según la agencia EFE, los sistemas de defensa iraníes lograron interceptar parte de los proyectiles y drones que, de acuerdo con testimonios locales, sobrevolaron incluso barrios acomodados del norte capitalino antes de estallar o ser derribados.
Pero las cifras que circulan fuera de Irán sugieren una ofensiva mucho más profunda. El propio Estado Mayor israelí admitió que alrededor de 50 cazas de la Fuerza Aérea participaron en los bombardeos nocturnos, golpeando instalaciones vinculadas al programa nuclear y depósitos de combustible estratégicos en las afueras de la capital.
Aun con la densa cortina antiaérea, Teherán reconoció que solo en las últimas 24 horas interceptó tres misiles de crucero, diez drones y “docenas” de microvehículos aéreos hostiles, un mosaico de municiones que complica la respuesta defensiva y evidencia la sofisticación de la campaña israelí.
La comunidad internacional observa con el ceño fruncido. Desde Nueva York, Irán acusó a Estados Unidos de “complicidad” en los ataques durante la sesión de emergencia del Consejo de Seguridad, mientras Washington replicó que Teherán “haría bien” en volver a la mesa de negociación nuclear. El secretario general de la ONU, António Guterres, y el papa León XIV pidieron “máxima contención” y un retorno urgente a la diplomacia.
Hasta ahora, las autoridades iraníes contabilizan al menos 78 muertos y más de 320 heridos por los bombardeos de Israel desde el viernes; cifras que engloban no solo militares de alto rango, sino también científicos nucleares y personal civil en instalaciones energéticas. Las retalias de Irán han dejado su propia estela de destrucción en Israel, donde varias ciudades costeras han sufrido impactos directos y un sistema antimisiles sobrecargado.
Más allá del duelo militar, la brújula económica empieza a vibrar los incendios en depósitos petroleros en Shahran y reportes de daños en oleoductos presionan al alza los precios del crudo, mientras navieras evalúan rutas alternativas para el Estrecho de Ormuz. Analistas de energía advierten que un conflicto prolongado podría disparar el Brent por encima de los 100 dólares, un escenario que golpearía de lleno a economías importadoras como la dominicana.
En paralelo, diplomáticos europeos reconocen en privado que las conversaciones nucleares ya en cuidados intensivos han quedado prácticamente “clinicamente muertas”. El ministro de Exteriores iraní afirmó que “no tiene sentido seguir dialogando” tras la incursión israelí, y los halcones en el Parlamento de Teherán exigen acelerar el enriquecimiento de uranio al 90 %.
Para la población iraní, la guerra aérea empieza a sentirse en la cotidianidad cortes de electricidad, colas para comprar pan y una presencia militar que recuerda los peores días de la guerra Irán-Irak. Aun así, miles salieron a los balcones la noche del sábado para corear “Al-lahu akbar” un gesto que en 2009 simbolizó el desafío estudiantil, esta vez dirigido contra los drones que zumbaban en el cielo.
Los estrategas israelíes, por su parte, sostienen que sus raids “han degradado significativamente” las capacidades nucleares de la República Islámica y advierten que seguirán golpeando “mientras sea necesario”. Pero, como admitió un veterano oficial de la inteligencia citada por The Guardian, la guerra de drones y misiles “es barata para empezar y muy cara para detener”.
Entre tanto, en Santo Domingo y el Caribe miramos este pulso geopolítico con el mismo desconcierto que despierta un sismo lejano no lo sentimos bajo los pies, pero sabemos que la ola puede llegarnos en forma de combustibles más caros, mercados nerviosos y nuevas tensiones con socios comerciales. Con cada explosión en Teherán o en Tel Aviv se reconfigura el tablero que decide el precio de la gasolina que pagamos en la bomba y el costo de los fletes que alimentan nuestros supermercados.
La pregunta ya no es si la escalada puede salirse de control, sino cuánto tardará en arrastrar a actores regionales Hezbolá en el Líbano, las milicias chiíes en Irak, incluso el Kremlin que ven en el caos una oportunidad o una obligación estratégica. Y en esa madeja de retaliaciones cruzadas, cualquier chispa mal calculada puede incendiar algo más que depósitos de petróleo puede quemar la esperanza de una salida diplomática por una generación entera.