Sábado 19 de abril de 2025.Una nueva andanada de misiles estremeció la Franja de Gaza durante la madrugada, dejando un saldo preliminar de 30 víctimas mortales, entre ellas varios menores, y decenas de heridos en los abarrotados campamentos de desplazados. Las explosiones impactaron tiendas improvisadas al oeste de Ciudad de Gaza, en Beit Lahia y en la supuesta “zona humanitaria” de Mawasi, que a estas alturas se ha convertido en un laberinto de lonas, polvo y miedo.
Tal como informa EFE, los ataques alcanzaron tiendas donde familias enteras buscaban refugio tras el colapso de la última tregua. En Beit Lahia murieron cuatro civiles al ser alcanzados por metralla, mientras que en Mawasi cinco personas, incluidos dos niños y una niña, fallecieron cuando un proyectil deshizo su espacio de cobijo. Un portavoz militar israelí se limitó a señalar que “las zonas de evacuación cambian según las operaciones”.
Los bombardeos llegan en medio de un desplazamiento masivo 420 000 personas han abandonado sus hogares en apenas un mes, empujadas hacia la costa sin corredores seguros ni servicios básicos. El dato lo confirmó la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) en su último parte humanitario, donde alerta de que el flujo de ayuda está bloqueado desde el 2 de marzo y los campamentos “ya no dan abasto”.
La Organización Mundial de la Salud, por su parte, advierte que la semana posterior a la ruptura del alto el fuego fue “la más letal para la infancia gazatí en lo que va de año”, con más de mil niños muertos o heridos y los 25 molinos de pan apoyados por el PMA cerrados por falta de harina y gas.
Mientras tanto, la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) recuerda que las cifras totales superan los 51 000 fallecidos y 116 000 heridos desde el inicio de la invasión, con miles de personas aún bajo los escombros. Sus analistas insisten en que los datos siguen siendo provisionales porque los continuos ataques impiden la verificación de los equipos de campo.
En las calles de Khan Yunis, la escena es desoladora: padres acarrean cubetas de agua turbia, los pocos hospitales operativos trabajan sin anestesia y las farmacias anuncian “agotado” en sus estantes de analgésicos. La UNRWA calcula que apenas un tercio de las 400 instalaciones sanitarias que existían antes de 2023 sigue funcionando, y casi todas lo hacen con generadores que dependen de un racionamiento de combustible al límite.
Mientras la comunidad internacional debate nuevas resoluciones en el Consejo de Seguridad, los habitantes de Gaza viven con la certeza de que ni las líneas trazadas en mapas ni las promesas de “zonas seguras” los protegen. El imparable éxodo hacia Mawasi un llamado “pulmón” que ya quedó sin aire evidencia que la estrategia de vaciar áreas urbanas para evitar víctimas civiles no solo ha fracasado: también ha multiplicado el número de blancos y el grado de sufrimiento.
Analizar la ofensiva únicamente como una operación militar sería reducirla a polvo de titular. Cada tienda derrumbada es una familia rota; cada desplazado, un nuevo capítulo de una crisis que, lejos de atenuarse, se enquista a la vista de todos. Con el suministro de ayuda cortado y las bombas cayendo, la realidad sobre el terreno sugiere que Gaza se encamina a una emergencia humanitaria total en la que el conteo de víctimas deja de ser estadística y se convierte en crónica diaria.
De momento, los gazatíes solo piden algo elemental: que el mundo se tome en serio su derecho a permanecer vivos.