El gobierno canadiense movió ficha y, con un solo anuncio, enfrió la tensión que venía subiendo entre Ottawa y Washington el primer ministro Mark Carney dejó sin efecto el impuesto a los servicios digitales (DST) y, de paso, reabrió la mesa comercial con la Casa Blanca, eje vital para las dos economías norteamericanas.
Según Infobae, la decisión se tomó tras varios días de cabildeo intenso con la administración de Donald Trump, que había calificado la tasa de “punitiva y retroactiva”. La jugada de Carney cambia el tono de la relación bilateral y allana la ruta hacia un nuevo pacto “mutuamente beneficioso”, tal como lo planteó el Departamento de Finanzas canadiense.
La tasa un 3 % sobre ingresos digitales superiores a 20 millones de dólares llevaba en el congelador desde 2022. Champagne, ministro de Finanzas, insistía en cobrarla este mismo 30 de junio para evitar lo que él llamó la “fuga fiscal” de los gigantes tecnológicos. Con Trump de vuelta en la Oficina Oval y decidido a defender a Meta, Google y compañía, el calendario cambió: el cobro se descarta y las conversaciones se retoman con fecha límite el 21 de julio, día pactado durante la última cumbre del G7 en Kananaskis.
Esta no es la primera vez que un país del G7 recula ante la presión estadounidense. Francia, Italia y el Reino Unido ya han frenado o aplazado sus propios DST mientras la OCDE intenta cerrar un acuerdo global que reparta la factura tributaria de la economía digital. De hecho, cifras de la organización apuntan a que, sin una solución multilateral, los gobiernos pierden cada año hasta un 10 % de su recaudación potencial, un dato que Ottawa no quiere dejar pasar por alto.
Para las provincias canadienses, el viraje tiene sabor agridulce. Industrias locales que dependen de publicidad en línea desde el sector editorial hasta pequeños comercios celebran la despresurización diplomática, pero temen que la postergación perpetúe la brecha fiscal entre las tecnológicas extranjeras y las empresas que sí pagan impuestos en casa. La Cámara de Comercio de Toronto, por ejemplo, advirtió que “no se puede regalar espacio fiscal indefinidamente mientras otros socios del T-MEC aplican incentivos proteccionistas propios”.
En círculos políticos de Ottawa también retumban las críticas. El Nuevo Partido Democrático tachó la medida de “retroceso”, recordando que la promesa electoral de Carney incluía gravar a las plataformas digitales para financiar programas sociales. Los conservadores, por su parte, aplauden la pausa como una “señal de realismo económico” que evitará represalias arancelarias de Washington una amenaza nada menor luego de la experiencia con el acero y el aluminio en 2018.
¿Qué sigue? Fuentes cercanas al equipo negociador canadiense indican que la prioridad es blindar sectores sensibles madera, lácteos, automotriz antes de que Trump impulse nuevas barreras comerciales. A partir de ahora, las discusiones se centrarán en un esquema de tributación digital que combine reglas de la OCDE con salvaguardas para los ingresos públicos canadienses. Si en menos de un mes no surge un consenso, Carney dejó claro que se reserva “todas las opciones”, incluida la reimplantación unilateral de la tasa.
En definitiva, la partida apenas comienza. Con el DST guardado en un cajón y la brújula puesta en Washington, Canadá busca ganar tiempo sin ceder del todo su soberanía fiscal. La clave será equilibrar las exigencias de la Casa Blanca, la urgencia de la OCDE y la presión interna de un electorado que no quiere ver a las grandes plataformas seguir jugando con ventaja.