Ciudades de EE.UU. se hunden alerta por daños a infraestructuras

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La idea de que el suelo bajo nuestros pies es inmutable se tambalea literalmente en casi todas las grandes urbes estadounidenses. Desde Nueva York hasta Seattle, pasando por Dallas, los investigadores han detectado que buena parte del terreno urbano desciende varios milímetros al año, un ritmo que parece insignificante, pero que con el tiempo agrieta puentes, desnivela tuberías y deja a barrios enteros expuestos a inundaciones repentinas.

Según la agencia EFE, que replica los hallazgos publicados en la revista Nature Cities, al menos el 20 % de la superficie de 28 metrópolis está cediendo, y en 25 de ellas la proporción supera el 65 %. El trabajo, liderado por el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia, cifra en 34 millones los habitantes potencialmente afectados y en más de 29 000 los edificios situados en zonas de riesgo alto o muy alto.

Una amenaza silenciosa y muy desigual

Lo realmente preocupante es la “subsistencia diferencial” mientras una manzana baja un par de milímetros, la contigua puede hundirse el doble. Es ese desequilibrio el que revienta alcantarillas o raja losas de mármol centenarias, como ya se observa en barrios periféricos de Houston y Nueva Orleans ciudades donde el peso de los rascacielos, la sobreexplotación de acuíferos y la extracción de hidrocarburos actúan como martillos invisibles.

La historia no es nueva. El Servicio Geológico de EE.UU. (USGS) lleva décadas advirtiendo que la retirada masiva de agua subterránea compacta los sedimentos. Ya en 1991, el Congreso calculaba que los daños asociados costaban al menos 125 millones de dólares anuales, una cifra que hoy debe de haberse disparado, vista la expansión inmobiliaria y el envejecimiento de la infraestructura.

Cuando el mar sube y la tierra baja

El bajón del terreno empeora otro enemigo implacable el aumento del nivel del mar. Proyecciones de la NOAA estiman que las costas de EE.UU. ganarán entre 25 y 30 centímetros de agua adicional antes de 2055, lo que multiplicará por diez la frecuencia de inundaciones costeras que ya padecen Miami, Charleston o la misma Nueva York. Si al ascenso oceánico se le suma el descenso del suelo, el juego se vuelve de suma cero para diques, drenes y carreteras.

¿Qué se puede hacer?

Los expertos reclaman dos líneas de acción urgentes. Primero, limitar la extracción de agua subterránea y recargar los acuíferos donde sea viable. Segundo, adaptar los códigos de edificación a un suelo que ya no se comporta como roca sólida. En Seattle, por ejemplo, ya se ensayan pilotes telescópicos que compensan el hundimiento gradual; en Denver, se está digitalizando toda la red de tuberías para detectar torsiones en tiempo real.

Aun así, muchos alcaldes prefieren no hablar del tema. Hace unas semanas, durante una visita a Brooklyn, este servidor vio cómo los técnicos sellaban grietas en un viaducto de la Gowanus Expressway sin reconocer públicamente que la deformación del terreno estaba detrás del problema. “Eso es un tema de mantenimiento, no de hundimiento”, me dijo un operario encogiéndose de hombros, como quien niega que huele a quemado mientras el fuego crepita detrás.

Mirar debajo del pavimento

La lección es clara lo que no se ve bajo el asfalto puede terminar tumbando lo que sí vemos. Si las ciudades persisten en bombear más agua de la que la lluvia devuelve al subsuelo, seguirán “bajando” su propia plataforma sin darse cuenta. Y cuando el primer paso elevado se incline lo suficiente para cerrar una autopista, el costo no será solo económico, sino social interrupciones de servicios, alzas de seguros y lo sabemos bien en el Caribe inundaciones que borran en horas el esfuerzo de años.

En buena dominicana, el terreno le está pidiendo cacao a la ingeniería. Prestarle oído hoy es más barato que construir diques, puentes y viviendas dos veces mañana. Así que, si algo debemos sacar de este estudio, es que el problema ya no es saber si el suelo se hunde, sino cuán rápido reaccionaremos antes de que nos hunda a nosotros.

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