La Plaza de San Pedro apenas terminó de vaciarse del multitudinario funeral del papa Francisco cuando, a paso ligero, los cardenales ya pusieron fecha para su encierro más decisivo: el próximo 7 de mayo empezará el cónclave que elegirá al nuevo Pontífice, un proceso regido por siglos de tradición y hermetismo.
La convocatoria fue acordada este lunes durante la última congregación general de purpurados celebrada en Roma, donde quedó claro que no habrá tiempo que perder los 133 cardenales electores dos faltarán por motivos de salud se instalarán en la Casa Santa Marta y de ahí sólo saldrán para votar en la Capilla Sixtina, incomunicados del mundo exterior.
Reglas antiguas, blindaje moderno
El procedimiento mantiene la esencia descrita en la constitución apostólica Universi Dominici Gregis voto secreto, prohibición de pactos y necesidad de una mayoría de dos tercios (en esta ocasión, 90 sufragios) para proclamar al nuevo Obispo de Roma. Las normas han sido retocadas a pincel fino desde Juan Pablo II, pero Francisco prefirió no alterarlas, consciente de que la legitimidad del resultado descansa en su continuidad histórica.
Un colegio rediseñado por Francisco
De los 135 cardenales con derecho a voto, 108 recibieron el birrete púrpura de manos del papa argentino. Esa cifra refleja hasta qué punto el fallecido Pontífice dejó su sello en la geografía del colegio por primera vez hay electores de lugares tan dispares como Mongolia, Tonga o Sudán del Sur, lo que convierte a esta asamblea en la más diversa que haya entrado nunca al cónclave.
Comparación con 2013
En la elección de Bergoglio hace doce años participaron 115 cardenales y bastaron cinco rondas para ver la famosa fumata blanca. Entonces el cuerpo electoral era mayoritariamente europeo; hoy, casi la mitad proviene de Asia, África y América Latina, un cambio que podría inclinar la balanza hacia candidaturas de perfil global.
¿Quiénes suenan?
Sin sondeos ni campañas públicas, todo es conjetura, pero en los pasillos vaticanos se barajan nombres como el filipino Luis Antonio Tagle, actual prefecto de Evangelización de los Pueblos; el italiano Pietro Parolin, veterano secretario de Estado; y el irlandés-estadounidense Kevin Farrell, camarlengo interino responsable de la logística entre pontificados. Cualquier quiniela, sin embargo, debe tomarse con pinzas la historia demuestra que los grandes favoritos rara vez cruzan la meta primero.
Tensiones y expectativas
El nuevo papa hereda una Iglesia que sigue lidiando con la secularización en Occidente, el auge pentecostal en el Sur global y la presión para dar respuestas más nítidas sobre escándalos de abuso y transparencia financiera. Además, los fieles latinoamericanos, que representan a casi el 40 % de los católicos del mundo, mirarán con lupa si se mantiene la atención que Francisco puso en la periferia eclesial.
Lo que viene
A partir del 7 de mayo se celebrarán hasta cuatro votaciones por día. Si tras la primera ronda no hay papa, los cardenales volverán a Santa Marta, rezarán, conversarán en voz baja nunca en bloque y retornarán a la Sixtina. El suspense se notará en la plaza humo negro cuando no haya consenso, campanas y humo blanco cuando el acuerdo se selle.
¿Durará dos días como en 2013 o se alargará, como ocurrió en 1830 cuando hicieron falta 50 votaciones? Sólo Dios y los cardenales lo saben. Lo cierto es que, aun con tradiciones milenarias, cada cónclave es hijo de su tiempo, y este se presenta con el reto de escoger un pastor capaz de pastorear una grey dispersa y exigente.
Mientras tanto, los fieles esperan. Y cuando finalmente se oiga el Habemus Papam, el mundo entero volverá a girar los ojos hacia el balcón central de la basílica, listos para descubrir el rumbo que tomará la Iglesia católica en la era post-Francisco.