Los pesados portones de la Capilla Sixtina se cerraron pasadas las cuatro de la tarde y, con ese golpe seco, comenzó oficialmente la cuenta regresiva para que la Iglesia Católica tenga a su nuevo pastor. Ciento treinta y tres cardenales electores procedentes de más de 70 países se enclaustraron hoy bajo los frescos de Miguel Ángel para escoger al 267.º Papa de la historia.
Según la agencia EFE, la solemne procesión partió de la Capilla Paulina, encabezada por una cruz procesional, mientras resonaba la “Letanía de los santos” que invoca la asistencia divina. Antes, el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, les recordó en latín que toda la Iglesia reza para que “surja un pastor digno del rebaño de Cristo”.
Aunque el ritual impresiona por su anacronismo, la aritmética interna es bien moderna: 108 de los 133 cardenales fueron creados por Francisco, lo que significa que la mayoría encara su primer cónclave y, de paso, podría inclinar la balanza hacia un pontífice continuista en la línea reformadora del Papa fallecido.
El reglamento prevé una única votación esta tarde; si no hay humo blanco, desde mañana habrá dos rondas matutinas y dos vespertinas. Para coronar al elegido se necesita una mayoría de dos tercios más uno. La señal al mundo es la clásica: humo negro para el “no”, blanco y repique de campanas para el “sí”.
Los vaticanistas recuerdan que los dos últimos cónclaves modernos fueron veloces: 2005 (Benedicto XVI) se cerró en cuatro escrutinios y el de 2013 (Francisco) en cinco; ambos duraron apenas dos días. Sin embargo, analistas como The Times advierten que la fragmentación del colegio cardenalicio y la ausencia de un favorito claro podrían alargar la elección actual más allá de ese promedio histórico.
Entre los nombres que suenan en los pasillos y en las quinielas romanas figuran el propio Parolin y el filipino Luis Antonio Tagle. No obstante, las voces del ala tradicional apuestan por perfiles más conservadores, lo que augura negociaciones intensas detrás de los muros vaticanos.
Al margen del suspense eclesial, el operativo de seguridad y sigilo también evoluciona: inhibidores de señal, escaneos biométricos y juramentos de silencio refuerzan la hermeticidad de un rito que data del siglo XIII. El pueblo fiel y la curiosidad global mira hacia la chimenea provisional instalada hace apenas unos días sobre el techo sixtino, preparada para emitir la inevitable postal de humo.
Así las cosas, Roma y el mundo aguardan. En cualquier momento, un fino penacho blanco puede anunciar que hay nuevo Papa. Cuando eso ocurra, resonará el tradicional “Habemus Papam” y, con él, empezará otro capítulo en la historia de una institución que, aun anclada en la piedra milenaria, nunca deja de mirar hacia adelante.