Crisis de festivales musicales en EE.UU. cancelaciones y bajas ventas

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La temporada de verano solía llegar con un bombardeo de afiches, line-ups y entradas agotadas en minutos. Este año, el panorama luce desangelado más de 40 festivales ya han tirado la toalla antes de subir el telón, dejando a fanáticos y promotores rascándose la cabeza.

Según Forbes, la estocada más sonora fue la del Pitchfork Music Festival; tras casi dos décadas de cartel indie en Chicago, sus organizadores confirmaron que no volverá en 2025. La lista de bajas incluye a Music Midtown (Atlanta), Made in America de Jay-Z (Filadelfia), Kickoff Jam (Florida) y Firefly (Delaware), todas otrora cartas fuertes del circuito.

La anemia no es solo de cancelaciones los boletos que antes volaban ahora se empolvan en taquilla. Coachella, que solía venderse en horas, aún tenía entradas disponibles semanas antes de su primer fin de semana; lo mismo pasó con Electric Forest en Michigan. Datos compartidos por promotores en LinkedIn calculan una caída de entre 14 % y 17 % en las ventas tempranas de grandes festivales.

Detrás del bajón convergen varios factores. De un lado, la inflación aprieta el bolsillo y obliga a priorizar gastos: volar, hospedarse y consumir dentro del evento se ha vuelto un lujo. De otro, los centennials prefieren experiencias más íntimas o planean viajes para ver a un solo artista en lugar de maratonear escenarios con nombres que no les suenan. La pregunta que pulula en redes “¿para qué pagar por ver a artistas que ni conozco?” resume el malestar.

Paradójicamente, las giras de figuras consolidadas siguen rompiendo récords. Taylor Swift, Bad Bunny y Karol G llenan estadios y dominan la reventa. La diferencia clave es la propuesta de valor un show único versus una parrilla saturada donde el fan termina pagando por relleno. Para Colin Lewis, consultor de la firma LiveAnalytics, los festivales “perdieron la mística de descubrimiento y se volvieron otro paquete premium de streaming, solo que al aire libre y más caro”.

Los costos operativos también se dispararon. Seguridad, seguros, logística y cachés subieron mientras los patrocinios se enfriaron tras la pandemia. Sin un ancla de grandes marcas, muchos festivales medianos dependen casi por completo de la taquilla, un riesgo que hoy resulta insostenible.

¿Qué viene ahora? Algunos promotores apuestan por formatos boutique de un solo día, curados alrededor de géneros o escenas específicas (del hyper-pop al regional mexicano). Otros exploran alianzas con plataformas de streaming para ofrecer acceso híbrido: boleto presencial + pase virtual, reduciendo aforo sin perder alcance. Y los más ambiciosos hablan de suscripciones anuales estilo “season pass” que incluyan experiencias exclusivas y merchandising limitado.

En cualquier caso, la industria atraviesa un punto de inflexión. Los festivales, antaño laboratorio de tendencias y barómetro cultural, tendrán que reinventarse para no quedarse como reliquias de una década marcada por el FOMO y las stories en directo. Queda por ver si el espíritu colectivo que los hizo icónicos renace en un nuevo formato o se diluye entre algoritmos y conciertos a la carta. Por ahora, el silencio veraniego habla más alto que cualquier amplificador.

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