Crisis de vivienda en el Bronx impulsa voto local rumbo a primarias

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El Bronx ya no se define por las balaceras de los ochenta ni por la guerra de pandillas que Hollywood convirtió en mito. Hoy la batalla es otra quedarse en el barrio frente a alquileres que se disparan, desalojos masivos y salarios que no dan abasto en la línea de caja del supermercado.

Según un reportaje reciente sin firma que circula entre organizaciones comunitarias del condado, la principal inquietud de los residentes 64 % de origen latino es “sobrevivir sin que la renta se los coma vivos”. Esa preocupación llega justo cuando, el 24 de junio, más de 720 000 electores están convocados a escoger alcalde, presidente del condado y trece concejales.

Las cifras explican el desvelo. El alquiler promedio en el Bronx alcanzó US$ 2 493 en mayo, un salto de 41,2 % respecto a 2020, el mayor brinco de toda la ciudad. Y aunque mayo cerró con una leve baja mensual de 1,06 %, los sueldos no han respirado al mismo ritmo: el ingreso familiar medio fue de US$ 48 610 en 2023, casi 40 % menos que la media de Nueva York. Resultado casi uno de cada tres vecinos (27,9 %) vive bajo el umbral oficial de pobreza.

Ese desequilibrio se refleja en los tribunales. Tras el fin de la moratoria pandémica, los casos de desalojo activos en la ciudad se dispararon 440 %, de 33 000 a 177 000, según la Oficina del Contralor. El derecho a abogado evita que la sangría sea mayor 89 % de los inquilinos representados conservaron su vivienda en 2024 pero el programa está desbordado y los caseros aceleran demandas.

“Tenemos edificios nuevos, bellísimos, que la gente del barrio no puede pagar”, lamenta Claudia Rivera, vecina de Melrose. Su queja se repite desde Mott Haven hasta Kingsbridge proyectos de “revitalización” que cambian fachadas pero expulsan bolsillos. Ejemplo palpable en Mott Haven, los estudios rebasan los US$ 2 950, mientras en Morris Heights siguen rondando los US$ 1 900. Para muchos, gentrificación es una palabra fina para describir el desalojo económico.

Los inquilinos empujan por un “congelamiento” de rentas. El Rent Guidelines Board debate subidas de hasta 4,75 % para contratos de un año y 7,75 % para los de dos, propuestas que provocaron protestas hace apenas unos días frente a la audiencia pública en Fordham Road. Y, como si faltara fuego, la perspectiva de aranceles de 25 % al acero y aluminio amenaza con encarecer aún más las nuevas construcciones, presión que golpearía con fuerza a Manhattan y, sobre todo, al Bronx .

Con este telón de fondo, los comicios locales lucen decisivos pero la apatía pesa. En la primaria de 2023 apenas votó 6 % del electorado bronxiteño; en la general, 9,3 %. “Si la gente no sale, otros deciden por ellos”, recuerda Luis Herrera, organizador comunitario en el sur del condado. El riesgo es claro: políticas de vivienda, educación y salud pública quedan en manos de una minoría movilizada mientras la mayoría mira desde la verja.

Los candidatos, conscientes del escepticismo, prometen reforzar la Ley Right to Counsel, ampliar el parque de “vivienda social” y negociar con el Estado mayores subsidios a inquilinos de bajos ingresos. Pero sin participación ciudadana todo suena a discurso vacío. “El concejal manda sobre el presupuesto del distrito, aprueba rezonificaciones y puede frenar desalojos masivos. Que la gente lo ignore es música para los lobbies inmobiliarios”, dispara Herrera.

Al mismo tiempo, la presión migratoria crece la población latina del Bronx no solo es numérica, sino joven y móvil. Todo indica que la ola de desalojos podría empujar a miles rumbo a Yonkers o Nueva Jersey, donde la renta aún es “barata” comparada con el sur del condado. Ese éxodo amenaza la identidad cultural del barrio la salsa y el rap que pusieron al Bronx en el mapa y reduce el censo electoral, restándole poder político.

¿Qué está en juego el 24 de junio? Más que nombres en una boleta la posibilidad de que los vecinos decidan si su barrio seguirá siendo hogar o mero negocio. La crisis de vivienda ya no es un tema abstracto; se siente en cada recibo de renta y en cada puerta con aviso de desalojo. En un condado donde ganarse la vida es un acto de resistencia diaria, el voto se perfila como el último dique para frenar la marea.

Queda por ver si esa resistencia se traduce en urnas llenas o en otra fecha de baja afluencia. Mientras, la realidad aprieta pagar, mudarse o votar. En las calles del Bronx, muchos ya repiten el mantra con ironía caribeña: “Aquí el que no vota, se bota”.

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