La tercera Cumbre de la ONU sobre los Océanos, celebrada en Niza, arrancó con un protagonista ausente pero omnipresente el presidente estadounidense Donald Trump. Su plan de abrir los abismos marinos a la minería provocó una andanada de recriminaciones que eclipsó la agenda oficial y dejó claro que la gobernanza oceánica será un punto de fractura en la geopolítica de 2025.
Según la agencia EFE, el propio anfitrión Emmanuel Macron advirtió que “los abismos oceánicos no están a la venta”, frase que puso en evidencia el choque entre el multilateralismo europeo y la política extractiva norteamericana. El secretario general de la ONU, António Guterres, le siguió el paso al reclamar que las aguas internacionales no se conviertan en un “Salvaje Oeste”, mientras Luiz Inácio Lula da Silva anunció que Brasil ratificará el Acuerdo sobre la Diversidad Biológica Marina (BBNJ) antes de fin de año.
Más allá de las pullas diplomáticas, la preocupación es tangible todavía se necesitan diez ratificaciones para que el tratado BBNJ entre en vigor, pues solo 50 países lo han confirmado hasta la fecha, y Estados Unidos sigue sin mover ficha. Sin ese instrumento, la creación de áreas marinas protegidas en alta mar continuará en el limbo jurídico.
Paralelamente, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA) encara presiones inéditas 32 países entre ellos Chile, Francia y España piden una moratoria o “pausa de precaución” a la minería submarina, temiendo daños irreversibles a ecosistemas que apenas conocemos. La Unión Europea se ha montado en la misma ola con un Pacto Azul que exige postergar cualquier licencia hasta contar con evidencia científica robusta.
El choque con Washington no es menor. La Casa Blanca solo envió a un asesor de medio ambiente, un gesto leído como desdén ante una cita donde participaron 63 jefes de Estado. En los pasillos de Niza se comenta que, si la ISA aprueba sus primeras normas de explotación antes de julio, las compañías vinculadas a Trump podrían lanzar perforadoras antes de 2027, a riesgo de desatar litigios climáticos inéditos.
Para América Latina con Lula, Abinader y Milei en primera fila el mensaje fue claro: salvaguardar el océano es proteger exportaciones pesqueras, turismo costero y la estabilidad climática de una región donde el 25 % de la población vive en zonas litorales. Si Belém consigue un acuerdo climático ambicioso en la COP 30 de noviembre, Niza habrá sido el preámbulo que fijó las reglas del juego.
En buen dominicano el mar nos está pasando factura y el reloj corre. Frenar la fiebre minera de las grandes potencias y cerrar filas tras el BBNJ no es romanticismo ambiental; es asegurar el pan de cada día, el empleo en los puertos y el futuro de nuestras islas. Si la diplomacia no amarra ese compromiso ahora, la próxima cumbre podría celebrarse con los océanos convertidos en un mercado sin ley y, para entonces, no habrá discurso que tape el hoyo.