El 80.º aniversario de la derrota de la Alemania nazi volvió a poner a Moscú en el centro del foco mundial Vladímir Putin presidió un desfile militar de alto voltaje simbólico, mientras, a kilómetros de distancia, Donald Trump hizo llegar sus saludos a través de sus asesores. El cruce epistolar, aunque protocolar, revive viejas pulsiones de cooperación y rivalidad entre Washington y el Kremlin.
Según la agencia EFE, los dos mandatarios intercambiaron felicitaciones por vía indirecta; el asesor ruso Yuri Ushakov aseguró que se trató de “nuestra fiesta común”. La mención, breve pero significativa, resaltó que la Segunda Guerra Mundial sigue siendo el único capítulo histórico en el que Rusia y Estados Unidos combatieron codo con codo.
En la Plaza Roja, más de 130 piezas de equipo con los icónicos T-34 abriendo paso desfilaron frente a una treintena de jefes de Estado. La exhibición no escatimó musculatura T-90 M modernizados, vehículos Typhoon-K y artillería Iskander recordaron que, ocho décadas después, Moscú continúa apostando por el poder de fuego para narrar su épica nacional.
Entre los invitados destacaron Xi Jinping, Lula da Silva, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel; la presencia occidental fue casi inexistente, a excepción del primer ministro eslovaco Robert Fico. Esa lista, más geopolítica que ceremonial, refuerza la narrativa de un bloque alternativo al liderazgo de la OTAN.
Putin, que evocó la apertura del segundo frente aliado en 1944 como “decisiva”, hiló su discurso con la guerra en Ucrania: definió la “operación especial” como continuidad de la lucha antifascista. La comparación no solo legitima el esfuerzo bélico ante su audiencia interna, sino que interpela a las viejas potencias aliadas sobre su papel en la seguridad europea.
El saludo de Trump sin cámaras ni declaraciones públicas sorprendió a más de uno. El exmandatario, que ha oscilado entre la confrontación y el pragmatismo con Moscú, optó esta vez por el simbolismo diplomático. Voces en Washington interpretan el gesto como un intento de mantener canales abiertos en plena campaña electoral estadounidense; otras lo leen como un guiño a su base, sensible a la idea de una gran alianza contra el terrorismo y, ahora, contra “los nuevos totalitarismos”.
Mientras tanto, en Kiev y Bruselas el tono fue muy distinto. Ministros europeos reunidos en la capital ucraniana impulsaron un tribunal de crímenes de guerra contra funcionarios rusos, subrayando que la memoria de 1945 no absuelve las agresiones actuales. Para los aliados de la OTAN, la pregunta ya no es quién celebra la victoria pasada, sino quién responderá por las víctimas de hoy.
La paradoja queda servida un desfile que honra la unión de las potencias de 1945 expone, ochenta años después, una fractura planetaria. Entre la nostalgia y la realpolitik, Putin y Trump intercambiaron cortesías, pero el telón de fondo revela que la “fiesta común” de ayer es, en 2025, una partida con nuevas reglas y jugadores.