Guayaquil.– La educación sexual que reciben muchachos y muchachas en buena parte de Ecuador sigue marcada por el miedo, los dogmas y la anatomía pura y simple, según el estudio “Para no cometer errores” de la Fundación Desafío. El reporte presentado esta semana en Quito advierte que, al enfocarse casi exclusivamente en “evitar el embarazo”, los colegios dejan al alumnado sin herramientas para reconocer la violencia de género y ejercer sus derechos sexuales y reproductivos de forma plena.
Según detalla la agencia EFE, la investigación cubrió seis provincias e incluyó a docentes, orientadores y estudiantes de bachillerato. La mayoría coincidió en que la información llega “biologicista y punitiva”, con especial carga sobre las chicas, mientras los chicos apenas reciben orientación sobre consentimiento o relaciones sanas.
Virginia Gómez de la Torre, presidenta de Desafío, fue clara “Lo que se enseña hoy no basta; ni previene embarazos ni protege frente al abuso”. La autora remarcó que la educación sexual es un derecho recogido en la Constitución y respaldado por fallos de la Corte IDH. Aun así, casi la mitad de los docentes encuestados reconoce que su plantel no imparte el tema o lo hace de forma irregular.
Un problema que trasciende las aulas
Los datos oficiales respaldan la preocupación. El Ministerio de Salud Público reportó en 2024 una reducción de 22 puntos en la tasa de fecundidad adolescente, pero las cifras siguen altas y el descenso es apenas leve en niñas menores de 15 años, donde cada caso suele implicar violencia sexual. A escala regional, América Latina exhibe la segunda tasa más alta de maternidad temprana del planeta; casi 1,6 millones de adolescentes dan a luz cada año, recuerda el Fondo de Población de la ONU (UNFPA).
En el caso ecuatoriano, UNFPA calcula 63,6 nacimientos por cada mil jóvenes de 15 a 19 años, una cifra que duplica promedios de países con políticas de educación sexual integral consolidadas, como Uruguay o Cuba. El costo social y económico es enorme abandono escolar, reducción de ingresos y un ciclo de pobreza que se perpetúa generación tras generación.
Entre la moral y la ciencia
Desafío identifica un punto de quiebre: la currícula oficial prescribe educación sexual integral, pero en la práctica la clase termina filtrada por temores religiosos o militares. Alumnos de colegios confesionales confesaron que “no se habla de eso”, mientras en planteles laicos la charla se limita a un charla anual sobre anatomía y métodos anticonceptivos.
Para Mario García, psicopedagogo quiteño consultado por este diario, “enseñar solo biología sin tocar derechos, género y emociones es como dar el volante sin enseñar a frenar”. El experto recuerda que la ONU recomienda empezar en primaria con contenidos adaptados a la edad y escalar a temas como consentimiento, diversidad y violencia digital en secundaria.
¿Hacia dónde mirar?
Experiencias en la región demuestran que otro camino es posible. En Chile, un programa piloto que incorporó perspectiva de género y participación estudiantil redujo las denuncias de abuso en un 28 % en dos años. Y Colombia acaba de aprobar lineamientos nacionales que obligan a las escuelas a trabajar de la mano con los servicios de salud y las familias.
Gómez de la Torre propone adoptar un modelo similar capacitar a docentes, garantizar material laico y evaluar resultados con indicadores claros. “Lo más caro es no hacer nada”, insiste. Coincide UNFPA, que calcula que cada dólar invertido en salud sexual y reproductiva ahorra hasta seis en atención de complicaciones médicas y pérdida de productividad.
Claves para una educación sexual que sí funcione
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Contenido laico y basado en evidencia científica.
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Inicio temprano: hablar de emociones y límites desde primaria.
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Enfoque de derechos: igualdad, consentimiento y diversidad.
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Capacitación continua para docentes y orientadores.
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Articulación con servicios de salud y justicia para denuncias ágiles.
Ecuador tiene la pelota en su cancha la normativa existe y la demanda social crece. Falta dar el salto de las buenas intenciones a la acción sostenida. Mientras tanto, miles de jóvenes siguen aprendiendo a tientas, con información incompleta y riesgos que se podrían evitar.