La figura de Elon Musk vuelve a quedar bajo los reflectores, esta vez no por sus cohetes ni por la nueva ola de recortes federales que impulsó desde el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), sino por el relato detallado de su consumo de ketamina, éxtasis y hongos psicodélicos durante la pasada campaña presidencial de Donald Trump.
Según la agencia EFE, el multimillonario no solo experimentaba con “microdosis” recreativas ingería tanta ketamina que llegó a sufrir problemas vesicales, una consecuencia documentada entre usuarios crónicos de la sustancia. El episodio añade otra capa de controversia a un empresario que, apenas esta semana, oficializó su salida del gobierno tras cuatro meses a cargo de la agresiva cruzada para “adelgazar” al Estado.
Musk lleva tiempo defendiendo la ketamina como tratamiento médico. En marzo de 2024 afirmó que la medicación lo ayuda a manejar una “química cerebral negativa” semejante a la depresión y que sus inversionistas deberían celebrar cualquier recurso que mantenga su productividad . El argumento encaja con la moda muy de Silicon Valley de recurrir a psicodélicos para potenciar la creatividad y la resiliencia laboral, una práctica que ha derivado en retiros corporativos donde el fármaco se administra bajo supervisión terapéutica .
Pero la ciencia advierte que la factura física llega rápido. Estudios clínicos asocian el uso frecuente con cistitis severa, incontinencia y hasta deformaciones permanentes de la vejiga . El caso de Musk recuerda la muerte del actor Matthew Perry, cuyo forense concluyó que el “efecto agudo” de la ketamina fue determinante en su fallecimiento a finales de 2023 .
El auge del psicodélico ha encendido alarmas regulatorias fuera de EE. UU. el Reino Unido evalúa reclasificar la ketamina como droga de clase A, la categoría con penas más duras, tras registrar un récord de consumidores en 2023 . Es un síntoma de que el debate ha dejado de ser marginal y ahora toca tanto la salud pública como la reputación de quienes la promueven.
En lo político, la tormenta llega justo cuando Musk cerraba filas con Donald Trump. Su renuncia a DOGE ocurre después de cuestionar públicamente el paquete fiscal estrella de la Casa Blanca y suma presión a los logros reales de la agencia, muy por debajo de los US$2 billones en “ahorros” que él prometió .
Más allá del morbo, el episodio pone sobre la mesa la tensión entre innovación personal y responsabilidad pública. Mientras las empresas tecnológicas exploran terapias de frontera, el propio Musk el máximo evangelista de la eficiencia se convierte en ejemplo de los riesgos de normalizar esas prácticas sin la supervisión estricta que él mismo exigía para el gasto federal. El futuro dirá si su legado político y empresarial resistirá el escrutinio clínico… y el económico que viene detrás.