El vuelo AI171 de Air India, un Boeing 787-8 con 242 personas a bordo, se desplomó minutos después de despegar de Ahmedabad rumbo a Londres, dejando una escena dantesca entre los escombros de una residencia universitaria y un luto que ya supera las doscientas víctimas confirmadas.
Según la agencia EFE, las autoridades indias describen la situación como “aún abierta”, sin cifras definitivas y con las tareas de rescate avanzando entre estructuras colapsadas y partes del fuselaje retorcidas. La propia Cancillería reconoció que “hemos perdido a mucha gente”, mientras equipos médicos de Gujarat intentan identificar restos y asistir a familiares devastados.
Primer golpe mortal para el Dreamliner
Este siniestro marca la primera pérdida total de un Boeing 787 Dreamliner desde su entrada en servicio en 2011. De paso, reaviva los cuestionamientos sobre la cadena de control de calidad de Boeing, que ya venía tambaleándose tras fallos de producción y parones temporales en la certificación de fuselajes. Analistas consultados por Reuters advierten que el impacto reputacional podría frenar nuevos pedidos en pleno esfuerzo de la firma por recuperar confianza en los mercados aeroespaciales.
Un historial que ya preocupaba
India, tercer mercado aéreo del planeta, llevaba casi cinco años sin una tragedia de gran magnitud desde el accidente de Air India Express en Kozhikode (2020, 21 fallecidos). Aun así, los micro-incidentes iban al alza solamente en mayo y principios de junio el regulador DGCA abrió auditorías especiales tras cuatro percances de helicópteros en la ruta religiosa de Char Dham. El patrón apunta a una laxitud operacional que mezcla presión comercial, aeropuertos congestionados y tripulaciones sometidas a extensas jornadas.
Investigación con lupa internacional
Washington ha movilizado a la NTSB y Londres al AAIB para colaborar con la DGCA, dado el número de pasajeros extranjeros y la fabricación estadounidense de la aeronave. En teoría, los datos de las cajas negras ya recuperadas podrían esclarecer si el fallo se originó en los motores GEnx, en sistemas de control de vuelo o en un posible bird-strike que forzó el retorno de emergencia abortado.
Impacto humano y económico
Air India, hoy en manos del grupo Tata, anunció compensaciones de 10 millones de rupias (unos US$117 000) por víctima y cobertura total de gastos médicos para los heridos, además de la reconstrucción del albergue estudiantil destruido. A la par, gobiernos como los de Reino Unido y Portugal han habilitado líneas de atención psicológica para las familias, mientras la aerolínea reorganiza su programación para absorber la pérdida de un avión que, nuevo, ronda los US$150 millones.
¿Y ahora qué?
El golpe plantea tres retos inmediatos:
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Revisión de flota: Air India opera más de 30 Dreamliners; cada célula podría ser sometida a inspección exhaustiva en busca de micro-fisuras o corrosión prematura.
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Capacidad de respuesta: aeropuertos como Ahmedabad, con pistas cercanas a zonas densamente pobladas, requieren planes de contingencia que incluyan vías de acceso rápido para bomberos y evacuación de civiles.
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Transparencia regulatoria: la DGCA deberá publicar el informe preliminar en un plazo de 30 días si quiere frenar especulaciones y asegurar a los viajeros que volar en India sigue siendo estadísticamente seguro.
Mientras tanto, la tragedia deja una herida abierta en la aviación global y, sobre todo, en las decenas de familias que hoy esperan una llamada para confirmar la peor de las noticias. El reto para Boeing, para Air India y para las autoridades es demostrar que de este duelo saldrán reformas concretas y no solo pésames protocolares. Porque detrás de cada número hay vidas truncadas que merecen algo más que estadísticas.