India ataca con misiles campamentos en Pakistán escalada nuclear

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Los cielos de Cachemira volvieron a iluminarse de fuego en la madrugada del miércoles, cuando la India lanzó una andanada de misiles contra territorio pakistaní en respuesta al atentado de Pahalgam que cobró 26 vidas hindúes a finales de abril. El cruce de golpes revive el miedo a un choque directo entre dos potencias nucleares cuya rivalidad, lejos de enfriarse, parece haber entrado en fase de combustión.

Según DW, Nueva Delhi bombardeó nueve enclaves que describió como “campamentos terroristas”, mientras Islamabad admitió tres impactos y al menos ocho muertos civiles. El vocero militar pakistaní, teniente general Ahmed Sharif Chaudhry, advirtió que el país “responderá cuando lo considere oportuno”, calificando la operación de “atroz provocación”.

Fuentes castrenses indias bautizaron la ofensiva como Operación Sindoor, enfatizando que fue “concentrada y mesurada” y que no tocó instalaciones militares. Sin embargo, en ambos lados de la Línea de Control la población pasó la noche entre sirenas y estampidos, recordando que cualquier chispa puede escalar hasta lo impensable.

La represalia se produce en un clima ya caldeado: tras el ataque de Pahalgam, el gobierno de Narendra Modi suspendió de facto el Tratado de Aguas del Indo pieza clave para la agricultura pakistaní, cerró su espacio aéreo a aerolíneas del vecino y endureció los visados, medidas que Islamabad replicó con igual dureza. Reuters detalla que las dos capitales incluso han paralizado el comercio y reducido personal diplomático, elevando la confrontación a un nivel inédito en años.

Modi echó más gasolina al fuego al prometer que “el agua india fluirá solo en India”, tras cerrar compuertas de los embalses Baglihar y Salal, un gesto que Pakistán tildó de “acto de guerra”. El uso del río como arma geopolítica deja claro que la batalla trasciende la pólvora.

En paralelo, el factor nuclear mete presión el SIPRI calcula que ambos países sumaban, a 2023, unas 170 ojivas cada uno y continúan modernizando vectores de lanzamiento. Ningún otro par de vecinos con tan poca distancia estratégica acumula tal poder destructivo, y el historial demuestra lo rápido que las escaramuzas pueden salirse de control.

No es la primera vez el antecedente inmediato es el bombardeo indio de Balakot en 2019 tras otro atentado en Pulwama que terminó con un avión de la Fuerza Aérea India derribado y su piloto esposado en Pakistán. Los misiles de hoy reviven el fantasma de aquella crisis, solo que ahora el contexto regional es más volátil la guerra en Gaza, la rivalidad sino-estadounidense y la inestabilidad afgana crean un tablero repleto de frentes cruzados.

Mientras tanto, la insurgencia en Cachemira no da tregua más de 20 000 civiles han muerto desde 1989 y unas 13 000 milicianos han caído en enfrentamientos, según registros académicos y de seguridad. El círculo vicioso de atentados y represalias impide cualquier deshielo durable.

La diplomacia busca oxígeno Irán se ofreció a mediar y su canciller Abbas Araghchi aterriza hoy en Nueva Delhi tras pasar por Islamabad. Aunque Teherán no es un actor central en el conflicto, su papel como puente podría al menos garantizar líneas de comunicación abiertas mientras Washington y Pekín rinden cuentas a sus propias prioridades.

Con los surtidores nucleares cargados y el grifo del Indo convertido en ficha de presión, cada decisión pesa como nunca. Por ahora, la “moderación” proclamada por la India contrasta con la amenaza de respuesta “en el momento oportuno” de Pakistán. En la práctica, ambos gobiernos caminan sobre un alambre: cualquier cálculo fallido podría llevar la disputa de las montañas de Cachemira a los planos más oscuros de la guerra moderna.

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