La tarde del lunes, un aguacero de los que no dan tregua anegó los sectores El Deportivo, Los Corrales y Duarte Abajo, dejando al menos ocho viviendas con el agua hasta la cintura y a decenas de vecinos corriendo a salvar colchones y electrodomésticos. Quienes viven allí culpan a las aceras y contenes sobre-elevados que se construyeron en 2023 en vez de canalizar, el concreto formó un dique que devolvió la lluvia hacia las casas.
Esa queja no es nueva. Desde el año pasado, la comunidad de El Brazalete venía denunciando el mismo problema y advirtiendo que bastaba un chaparrón fuerte para traer un desastre. El pronóstico les dio la razón y, con la temporada ciclónica a la vuelta de la esquina, el temor crece.
De hecho, el último boletín del Instituto Dominicano de Meteorología (INDOMET) confirma que la vaguada seguirá inyectando humedad sobre Monte Plata al menos 48 horas más, mientras el Centro de Operaciones de Emergencias mantiene 24 provincias incluida Monte Plata bajo alerta por crecidas repentinas y deslizamientos.
Lo ocurrido en Sabana Grande de Boyá se suma a la inundación que, hace apenas dos semanas, dejó más de 75 viviendas dañadas en El Limón de Samaná. El patrón se repite: zonas bajas, drenajes obstruidos y obras mal rematadas que convierten un aguacero normal en tragedia.
El panorama se complica si miramos más allá. Un análisis reciente señala que el enfriamiento acelerado del Pacífico podría reactivar condiciones tipo La Niña, reduciendo la cizalladura en el Atlántico y, por tanto, facilitando la formación de ciclones entre junio y noviembre. Aun con el Atlántico algo más frío que el año pasado, los expertos prevén una temporada de intensidad media o ligeramente superior al promedio.
Todo esto deja claro que la respuesta no puede limitarse a mangueras y escobas después del desastre. Ingenieros hidráulicos consultados insisten en que los bordillos levantados deben demolerse o perforarse para restaurar el flujo natural del agua; además, exigen limpieza regular de imbornales y un plan de alcantarillado pluvial que contemple el crecimiento urbano real y no solo el del papel.
Si las autoridades municipales esperan evitar que la próxima tormenta convierta estas calles en ríos, tienen que meter mano ahora, no cuando hayan pasado las primeras bandas nubosas. Y la comunidad que ya aprendió por las malas seguirá vigilante, porque en juego no están solo paredes de bloque, sino la tranquilidad de saber que un aguacero no se llevará la casa de la noche a la mañana.