Israel bombardea frontera Líbano-Siria pese a alto el fuego

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Un estruendo que sacudió la montaña entre Esh Shaara (Líbano) y su gemela siria volvió a encender las alarmas la noche del lunes. Vecinos de la zona contaron a este cronista, casi sin aliento, que los cazas iluminaron el cielo con ráfagas sucesivas antes de desaparecer rumbo al Mediterráneo.

Según EFE, la aviación israelí descargó varias municiones de precisión sobre el corredor fronterizo donde Hizbulá mantiene posiciones tácticas. El parte no especifica objetivos ni daños, pero obliga a revisar, otra vez, la fragilidad del alto el fuego que entró en vigor el pasado 27 de noviembre.

Aunque el pacto exige a Israel retirar tropas y a Hizbulá replegarse al norte del río Litani, Tel Aviv suma ya más de 2 700 violaciones documentadas desde entonces, de acuerdo con un conteo del portal de monitoreo regional Shafaq News.La ONU ha advertido que la continuidad de los ataques compromete la presencia de cascos azules y engorda la lista de damnificados civiles.

El Ministerio de Salud libanés calcula unas 4 000 muertes desde que el frente se reactivó en 2023, cifra que incluye a combatientes y no combatientes por igual; una estimación reciente de Associated Press coincide en ese orden de magnitud. El contraste es brutal: en abril, Beirut hablaba de 190 decesos posteriores al cese de hostilidades, mientras la Oficina de la ONU señalaba poco más de 70 civiles. Esa brecha alimenta la batalla narrativa donde cada bando reacomoda los números a conveniencia.

En la letra del acuerdo, Líbano asumió el reto de desplegar su ejército en el sur y desmantelar la estructura militar chií. Cinco meses después, un oficial de alto rango presumi ó que ya han desmontado “más del 90 % de los emplazamientos de Hizbulá”, aunque reconoció que queda artillería oculta en cuevas y casas particulares. Hizbulá, por su lado, ata cualquier conversación de desarme al silencio total de los drones israelíes, un trueque que hasta ahora suena a ilusión.

Israel justifica la ofensiva con el derecho a la autodefensa y asegura que el grupo libanés sigue rearmándose con misiles guiados de procedencia iraní. Voceros militares citan como prueba los lanzamientos esporádicos de cohetes contra Galilea el más reciente, en marzo, motivó una lluvia de bombas sobre Beirut y Tiro y las incursiones de drones atados a células de Hamas entregadas esta semana al ejército libanés.

En Damasco, la cancillería siria denunció que los proyectiles cruzaron varios kilómetros dentro de su territorio e impactaron “instalaciones civiles”. Israel no comenta operaciones fuera de sus fronteras, pero analistas de seguridad señalan que dichas incursiones buscan cortar corredores logísticos que conectan Irán, Siria y Líbano. Ese triángulo se ha vuelto más delicado desde que, además, la Fuerza Aérea israelí golpeó blancos hutíes en Yemen tras un misil dirigido al aeropuerto Ben Gurión.

Para los habitantes de Esh Shaara, la geopolítica se resume en ventanas rotas y caravanas de desplazados que bajan hacia la llanura de la Bekaa. Una maestra de primaria me contó, con la voz resquebrajada, que sus alumnos repasan matemáticas a la luz de lámparas de queroseno porque las torres eléctricas del valle fueron arrasadas en enero. “Aquí ya nadie habla de alto el fuego dice; hablamos de quién abrirá la próxima farmacia”.

Mientras Washington y París insisten en resucitar la mesa de diálogo, en los cafecitos de Hamra la pregunta sigue siendo la misma: ¿puede el gobierno libanés terminar de desarmar a Hizbulá sin provocar un vacío de seguridad que otro actor más radical llene en cuestión de horas? La respuesta, como el eco de los misiles del lunes, aún resuena entre las montañas.

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