El ayatolá Alí Jameneí rompió el silencio y, con su característico tono desafiante, recordó al mundo que Teherán “no ataca a nadie, no acepta agresiones y no se deja acosar”. La declaración llegó apenas horas después de que la Guardia Revolucionaria disparara misiles contra la base estadounidense de Al Udeid, en Catar, en represalia por los recientes bombardeos de Washington a su infraestructura nuclear.
Según despachos de Reuters, el lanzamiento fue “devastador y poderoso”, pero los proyectiles fueron interceptados; ningún soldado resultó herido ni fallecido, y la propia Doha confirmó la neutralización inmediata del ataque.
El telón de fondo inmediato es la Operación Midnight Hammer, la ofensiva en la que EE.UU. machacó con B-2 y misiles Tomahawk los centros de enriquecimiento de Natanz, Fordow e Isfahán, claves para el programa atómico iraní. Expertos del CSIS señalan que, aunque las instalaciones quedaron severamente dañadas, aún persiste el riesgo de proliferación por el material enriquecido que no estaba in situ al momento de la incursión.
Al Udeid no es cualquier puesto avanzado: con unos 10 000 efectivos y el centro de operaciones aéreas combinadas del Comando Central, es la piedra angular de la proyección militar de Washington en la región. Su construcción data de 1996 y, desde entonces, Qatar ha invertido más de 8 000 millones de dólares en modernizarla, subrayando su peso estratégico pese a la postura de neutralidad que exhibe el emirato.
El episodio evidencia, además, la nueva lógica de “anticipación” de Teherán fuentes diplomáticas filtraron que, antes del ataque, Irán avisó tanto a EE.UU. como a Catar para limitar daños y, de paso, medir la capacidad de sus misiles frente a los sistemas defensivos norteamericanos. Aun así, la respuesta de Jameneí sugiere que, si Washington insiste en castigar su programa nuclear, la República Islámica mantendrá la presión sobre bases y rutas energéticas vitales del Golfo un pulso que pone nerviosos a mercados y cancillerías por igual.
En definitiva, el líder supremo refuerza la narrativa de resistencia que lo ha sostenido durante décadas Irán no negociará bajo fuego ni cederá su seguridad ante potencias extranjeras. Con ambos bandos midiendo fuerzas y calibrando costos, la región se asoma a un delicado equilibrio donde la menor chispa sea un dron, un misil o un discurso incendiario podría encender un conflicto de consecuencias impredecibles.