La mañana del lunes 5 de mayo, el rapero y productor Sean “Diddy” Combs se sentó, callado, en la corte federal del Bajo Manhattan mientras arrancaba la selección de jurados que decidirá si el empresario de 55 años cambia los focos por una celda de por vida. Las preguntas a los candidatos se extenderán toda la semana y los alegatos iniciales quedarían para el 12 de mayo.
Según AFP, Combs luciendo barba y pelo ya casi blancos negó los cinco cargos que le imputan conspiración de extorsión (bajo la ley RICO), varios de tráfico sexual forzado y transporte para prostitución. De ser hallado culpable, enfrentaría una posible cadena perpetua.
El ambiente en la sala combina tensión y momentos de pura comedia. Un potencial jurado admitió que no pasa un día sin fumar marihuana; otro confesó que robó una varita de Harry Potter cuando era niño, anécdotas que arrancaron risas del propio juez Arun Subramanian y del acusado.
Para la fiscalía, estas risas no distraen del núcleo acusan a Diddy de dirigir durante dos décadas una red que drogaba y coaccionaba a mujeres y hombres en fiestas privadas llamadas freak offs. El expediente describe agresiones físicas, “sobornos de carrera” y amenazas con arruinar reputaciones; si el jurado da por probado el patrón, la sentencia máxima es vida en prisión.
La caja de Pandora se abrió cuando su exnovia Cassie Ventura lo demandó en 2023 por violación y abuso; demandó y llegó a un acuerdo privado, pero su denuncia encendió una avalancha de querellas que ahora se reflejan en la lista de testigos.
El proceso aterriza en pleno ajuste de cuentas de la industria musical tras los casos de R. Kelly y otras figuras; productoras, sellos y plataformas temen verse salpicadas si ignoraron denuncias pasadas. Reuters reporta que varios jurados ya vieron el video de Combs golpeando a Ventura en 2016, pieza que la acusación usará como prueba del “modus operandi” violento.
Con el desfile de testigos a punto de arrancar, el veredicto no solo definirá el futuro personal de Diddy. También dirá cuánto aprendió el negocio del entretenimiento sobre la delgada línea entre poder y abuso y si el público está dispuesto a separar al artista del presunto depredador.