El presidente argentino, Javier Milei, volvió a encender la polémica al dedicar casi cinco horas a una entrevista en el canal de streaming Neura, donde tachó a varios periodistas de “ensobrados”, “operadores” y “basuras”, asegurando que “envenenan la vida de la gente con mentiras”. La diatriba incluyó referencias directas a redactores de Clarín y La Nación, a quienes llamó “mandriles” y “repugnantes mentirosos”, y desafió: “¿Me querés pegar? Vení, bancátela”.
Según la agencia EFE, el mandatario libertario centró sus ataques en los columnistas Jorge Fernández Díaz y otros comunicadores que, a su juicio, “sólo buscan que este Gobierno se caiga”. La descarga verbal, transmitida en horario nocturno y sin cortes, reavivó la discusión sobre el trato oficial a la prensa en Argentina.
El Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) respondió de inmediato con un comunicado en el que “deplora las expresiones agraviantes y violentas del presidente” y advierte sobre “un discurso hostil que estigmatiza a quienes ejercen el periodismo” en el país. La organización recordó que en el primer trimestre de la gestión libertaria ya había contabilizado decenas de agresiones verbales provenientes de la Casa Rosada.
Este clima coincide con el desplome de Argentina en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2024 de Reporteros Sin Fronteras (RSF): el país cayó 26 puestos y quedó en la posición 66 de 180 naciones, principalmente por el factor político y la hostilidad del propio jefe de Estado contra los medios. Perfil RSF señala que la llegada de Milei convirtió al mandatario en “depredador” de la libertad informativa en Sudamérica, dentro de una región donde cada vez más gobiernos utilizan la desinformación y la presión política como armas de disciplinamiento.
Las tensiones no son nuevas. El 4 de marzo de 2024 el Gobierno valló los edificios de la agencia pública de noticias Télam, bloqueó su sitio web y envió a cientos de empleados a sus casas bajo “dispensa laboral”, paso previo al cierre prometido por Milei durante la apertura de sesiones legislativas. Organizaciones internacionales como la Sociedad Interamericana de Prensa y Human Rights Watch calificaron la medida de “grave retroceso” para la transparencia estatal.
Analistas consultados por este diario recuerdan que la confrontación con la prensa forma parte del estilo político de Milei, construido sobre la narrativa de una “casta” enquistada en la política y los medios. “El Presidente necesita un antagonista permanente; construir al periodista como enemigo le permite cohesionar a su base”, explica la politóloga Florencia Goldsman. Esa estrategia, sin embargo, podría salirle cara: encuestas recientes muestran que la libertad de expresión figura entre las tres principales preocupaciones de los argentinos, junto con la inflación y la inseguridad.
Mientras tanto, la economía se tambalea con una inflación anual superior al 210 %, y sectores gremiales preparan nuevas protestas. En este contexto, cada arremetida contra reporteros añade combustible a la tensión social. Voceros de la Presidencia alegan que Milei “simplemente responde a calumnias”, pero expertos en derecho constitucional advierten que sus palabras pueden interpretarse como un intento de silenciar la crítica y desalentar la investigación periodística.
En la práctica, la estrategia ya muestra efectos: periodistas que cubren la Casa Rosada reportan crecientes dificultades para acceder a funcionarios y a información pública. El nuevo decreto que restringe el acceso a expedientes oficiales ―firmado en septiembre pasado― refuerza esa opacidad y consolida lo que la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas calificó de “blindaje gubernamental”.
La pregunta ahora es si estos ataques restarán capital político al Presidente o, por el contrario, galvanizarán a sus seguidores. Por lo pronto, organizaciones como FOPEA y RSF insisten en que la libertad de prensa es un barómetro democrático crucial: “Sin periodismo independiente, no hay control ciudadano sobre el poder”, subraya RSF en su último informe regional. En palabras de un veterano reportero porteño: “Podés cerrar Télam, podés insultar a medio mundo, pero los datos y la realidad siempre se abren paso”.
Para los periodistas argentinos el mensaje es claro: el oficio sigue bajo fuego, pero la obligación de contar lo que ocurre pesa más que cualquier insulto presidencial. Y, como decimos en el Caribe cuando la marea se pone brava, “¡aquí nadie se quita!”.